autorretrato
(fragmento)
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Aunque el Bien y el Mal son complementarios no son por ello equivalentes. Con razón distinguimos entre comportamientos humanamente llenos de sentido, y otros de sentido odioso. Pero la oposición entre estos comportamientos no es la misma que en teoría enfrenta al Bien y al Mal. La miseria de la tradición está en que se apoya en la debilidad, que implica siempre una preocupación por el porvenir. La preocupación por el porvenir exalta la avaricia; condena la imprevisión, que derrocha. La debilidad previsora se opone al principio del goce del instante presente. La moral tradicional coincide con la avaricia: considera que en la preferencia por el goce inmediato se halla la raíz del Mal. La moral avara fundamenta el entendimiento entre la justicia y la policía. Si prefiero el gozo, detesto la represión. La paradoja de la justicia es que la moral avara la une con la estrechez de la represión; la moral generosa la concibe en cambio como el primer impulso de aquel que quiere que cada uno tenga lo que se le debe, que corre en ayuda de la víctima da la injusticia. ¿La justicia podría palpitar sin esta generosidad?, ¿ y quién podría decir que está dispuesta a cantar?
Del mismo modo ¿sería la verdad, lo que es, si no se afirmara generosamente frente a la mentira? A veces, la pasión por la verdad y la justicia se aleja de posiciones en las cuales es gritada por la multitud política, porque la multitud, que a veces está movida por la generosidad, en otros casos recibe la inclinación contraria. En nosotros siempre la generosidad se opone al impulso de la avaricia como la pasión se opone al cálculo razonado. No podemos confiar ciegamente en la pasión, que abarca también la avaricia, pero la generosidad en cambio supera a la tazón y es siempre apasionada. Existe en nosotros algo apasionado, generoso y sagrado, que excede de las representaciones de la inteligencia; y por ese exceso es por lo que somos humanos. En un mundo de autómatas inteligentes hablaríamos en vano de justicia y de verdad.
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Georges Bataille, La literatura y el Mal, 1958.