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Un día como hoy (y a esta misma hora: 1:00 a.m.) nació el novelista y poeta británico Lawrence Durrell. Si tuviese más tiempo, me encantaría decir unas cuantas cosas sobre él, sobre su obra, y sobre su amistad con Henry Miller y Anais Nin. Me he internado en ese fascinante mundo gracias al material epistolario entre Durrell y Miller. Las cartas constituyen toda una revelación del mundo de dos grandes hombres y artistas. Lúcidos, honestos, generosos y visionarios.
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Todo empezó cuando Durrell leyó Trópico de Cáncer e inmediatamente escribió una carta elogiosísima a Henry Miller ("Saludo a Trópico como el libro de mi generación") que Miller contestó feliz y cauto ("Su carta es tan vívida, tan incisiva que tengo curiosidad por saber si usted mismo no es escritor"). Un millón de palabras se escribieron desde entonces hasta 1980, año de la muerte de Miller.
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Ahora mismo es, en Kitu, la una y dos minutos de la mañana, y el tiempo sigue y sigue y sigue, no se detiene. Las 24 horas no son suficientes. Hoy he pasado metida en mi pequeño estudio, trabajando en mi poemario. No me he movido del asiento más que para ir al baño y a la cocina, y en una tercera ocasión, sólo para salir al balcón y tomar una fotografía de las montañas que, por la tarde, se veían más imponentes que de costumbre debido a un choque brutal de clima: el cielo era terriblemente gris, casi negro, y sin embargo de una rendija el sol emitía unos rayos soberbios, y al mismo tiempo llovía. Tanta belleza me preocupa, porque sé que tan privilegiado escenario, no se debe a otra cosa más que al calentamiento global. En fin, como decía, he pasado trabajando en mi poemario, incluso tuve que faltar a mi ensayo de danza.
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Por otro lado, he leído unas cuantas cartas que me han emocionado mucho, muchísmo, unas desde San Francisco y otras desde España. Hasta el momento no he podido responderlas. Es curioso, a pesar de que a veces soy muy impulsiva, cuando se trata de responder una carta me gusta tomarme mi tiempo, hacerlo sin prisa, aunque sean dos líneas, me gusta otorgarle el tiempo que se merecen, y no atropellar u omitir ideas o sentimientos. Hoy me ha sido imposible responder. Lo haré mañana (mejor dicho en unas cuantas horas más). Qué oportunos los versos de Baudelaire, en los que dice: ¡Reloj! ¡Divinidad siniestra, horrible, impasible, cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!
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A mí me lo recuerda de todas las formas, y sigue y sigue y sigue (me hace gracia pensar que aun con todo esto, con todo el tiempo que requiero para dedicarme a mis cosas, a las cosas que de verdad me interesan y me llenan, las pocas veces que salgo hay gente que me pregunta, pero que estás haciendo?... la mayoría de veces doy cualquier explicación y me evito decirles que escribir no es un hobby!!!! por mucho que me cause placer -incluso cuando estallo o me agarran fuertes bajones-, y que requiero dedicar mi tiempo a mi escritura, a las lecturas, a lo que en realidad me llena!! Pero de alguna forma les entiendo, pues a muchos de ellos -por no decir casi todos- nunca les he dicho que escribo, incluso ni siquiera saben que tengo un blog). En fin, ya que hablamos de Durrell y de cartas, transcribo un fragmento de la correspondencia entre los escritores antes mencionados. Aunque estoy agotada y quiero ir a la cama, no me resisto a compartirlo.
.¡A tu memoria, Larry!
Grecia
(27 de enero de 1937)
Querido Henry Miller:
Nací el 27 de febrero de 1912 a la 1 de la mañana. Lo de la sangre hindú debe de haber sido un error. Madre irlandesa. Padre inglés. Buena casta temerosa de Dios, lujuriosa, de los del motín que van a la iglesia. (Mi abuela se sentó en la terraza con una escopeta en las rodillas, esperando a los amotinados, perocuando le vieron la cara se fueron a otro lado. De ahí viene el rostro de familia.) Puedo tener un toquecito de hindú; ¿quién sabe? De cualquier manera soy uno de los expatriados del mundo. Es solitario verse separado de la raza de uno. Hay tanto de Inglaterra que amaba -y tanto que odiaba-, tanto que trato de limpiarme de la lengua, pero se pega. Ah, qué carajo, nací para ser el ahijadito de Hamlet... los horóscopos no pueden tocarme ¡Ya estoy loco!
(...)
Nunca pasé realmente hambre -pero me pregunto si las raciones escasas no son la muerte en otro grado-; conocí a Nancy que estaba en posición igualmente precaria y entablamos una asociación incongruente: un sueño de botellas rotas, escupitajos, comida en latada, carne rancia, urinales, el olor de los hospitales.Y así, bueno, hicimos un poco de beber y morir. La segunda lección según san Pablo. Pusimos juntos un estudio fotográfico. Se hundió. Intentamos carteles, cuentos cortos, periodismo....todo, menos venderle el culo a los clérigos.
(...)
Bueno, ahí la tiene. Mi vida es como un gusano picado. Hasta los onces recuerdos maravillosos... blanco, blanco los Himalayas desde las ventanas del dormitorio.Los gentiles jesuitas vestidos de negro rezándole a nuestra señora, afuera, en los caminos de frontera, los chinos que caminaban tiesos, y los tibetanos que jugaban a los naipes en el piso: las fisuras azules en las montañas. Dios, qué sueño los pasos de montaña hacia Lasa, azules de hielo y descongelándose suavemente hacia la prohibida ciudad sagrada. Creo que Tibet es para mí lo que China es para usted.Viví a sus orillas con una felicidad de copla infantil.
(...)
Y ahora, ilustre, llegó el día en que Trópico me abrió un agujero en el cerebro. Me liberó de inmediato. Tuve tal maravillosa sensación de absolución -de libertad de culpa- que pensé en enviarle una nota.
Trópico me enseñó una cosa valiente. Escribir sobre la gente de la que sé algo ¡Imagínese! Tenía esa colección de personajes grotescos en mi interior y no había escrito una línea sobre ellos, sólo sobre ingleses heroicos y muchachas que parecían palomas, etc.(siete chelines seis peniques el volúmen). Toda la colección de hombres y mjueres se abrió ante mí como una navaja.
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Durrell-Miller: cartas, 1935-1980. Por Lawrence Durrell, Henry Miller, S. MacNiven. Compilado por S. MacNiven. Siglo XXI, 1993.