miércoles, febrero 18, 2009

De Lucho Gatica, boleros y literatura

Cantando en Specs. Bruce en el piano
San Francisco
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Quien me conoce sabe que el bolero es un género que adoro. Quizá mi favorito a la hora de cantar. Cuánta pasión, cuánto desgarre, carajo. Crecí escuchándolo desde muy pequeña, y aprendí a reconocer con precisión a quién correspondía tal o cual voz. Que si Lucho Gatica, que si Olga Guillot, que si Antonio Machín, que si Omara Portuondo, que si Daniel Santos, que si José Feliciano; y, desde luego, nuestros queridos ecuatorianos: Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas y Patricia González, entre muchos otros. Algo que siempre agradeceré a mis padres.
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Algunas personas que me llevan unos cuantos años encima se sorprenden al ver cómo suelto títulos de canciones que incluso ni ellos recuerdan. Suelen decirme que es raro encontrar a una chica tan jóven que se apasione por este ritmo (en el colegio solía llevar mi walkman con grabaciones de boleros cuyas letras sacaba durante las clases de matemática); y que definitivamente la mayor parte de mi generación se inclina por otro tipo de géneros. -Pues ellos se lo pierden-, respondo. Lo que es yo, con el bolero me llevo muy bien. Siempre lo he dicho: Si hubo una vida pasada, definitivamente fui cantante de boleros en alguna cantina (o al menos ese fue uno de mis oficios). Por eso, entre tantos buenos recuerdos musicales que guardo de San Francisco -además del blues, del jazz y de uno que otro country de Loretta Lynn que solía cantarle a Mark en algún taxi de regreso a casa- está el bolero.
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Para mí fue una experiencia jodidamente buena el haber podido cantar frente a amigos y desonocidos aquellos boleros clásicos. Fue como liberar todas las ganas contenidas en mi garganta. Recuerdo que Mark, la noche en que nos conocimos en Caffe Trieste, luego de mi recital de poesía, fuimos a Tosca, uno de los bares de North Beach, cuyo dueño es uno de sus mejores amigos. Llegamos con el judío bohemio, pero mientras él se dedicaba a jugar billar, nosotros hablábamos de música. Le canté un par de estrofas de otros de mis favoritos: José Alfredo Jiménez y doña Chavela Vargas (a ese par nadie los destrona de las rancheras). Y de canto en canto -y como una especie de premonición de que esa sería una de las canciones de despedida en mi último día en Frisco- Mark me preguntó si sabía "El Reloj" de Lucho Gatica. -Ahhh -dije en mi mente- pero este sí que es un tipo extraño, no sólo dice ser policía sino que conoce a los duros del bolero. Al miércoles siguiente, Bruce, un pianista muy bueno de la ciudad, me propuso cantar junto a él. No le dije nada a Mark sino hasta cuando lo llamé al trabajo (es decir mientras caminaba por la zona) y le canté en vivo desde Specs. Qué noches aquellas. Todavía debe estar el eco de mi voz en aquellos rincones de madera, con letras de clásicos como: La Barca, Historia de un amor, Contigo aprendí, En un rincón del alma, Sabor a mí... en fin.
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Quiero compartir un fragmento de una entrevista que encontré por ahí, realizada hace un par de años al rey del bolero: el chileno Lucho Gatica. En ella el cantante habla sobre la influencia que ha tenido este género en la tradición narrativa latinoamericana. Hoy -que ando más blue de lo normal- me sienta bien escuchar unos cuantos boleros, directo a la yugular o con la vena abierta como decimos en mi tierra. Así que les dejo con el texto, mientras voy por algo más fuertecito, algo que me abrigue la garganta hasta que el cielo decida escampar.

El bolero en la narrativa latinoamericana

Lucho Gatica

"El primer bolero fechado -según la mitología bolerística- fue compuesto por Pepe Sánchez en 1885, en Santiago de Cuba, llamado "Tristeza". Así como a cierta narrativa (y cine norteamericano) le viene de perilla el jazz , a cierta narrativa latinoamericana le correspondería el bolero. Hay un correlato innegable entre novela y bolero en América Latina; lo que no es sólo rastreable en obras narrativas que dan cuenta temática o anecdótica del él, sino también en textos en que el bolero es el eje estructurador. Los más disímiles narradores latinoamericanos han titulado sus obras con alusiones bolerísticas o con la mismísima palabra bolero.

En "Tres Tristes Tigres" de Cabrera Infante, por ejemplo, el bolero es una referencia que le da sentido lúdico al relato, con el clásico enunciado capitular "ella cantaba boleros", a propósito de una intérprete mítica del género. En "La Traición de Rita Hayworth" de Puig, en cambio, el folletín y la entrega de información narrativa a través del sustrato radiofónico, al igual que en "La Tía Julia y El Escribidor" de Vargas Llosa, conforman una especie de voluntad programática que sería reeditada en otros proyectos narrativos; tanto de la vertiente nostálgica, en tanto configurador del espacio amoroso (Bryce Echenique), o como en las propuestas de género, en que la impostura de gesto y del maquillaje arman un tipo de crónica, como es el caso de Lemebel, que sin una explicitación estricta, lo instala como signo de la exacerbación del lugar común amoroso, afectado, que patenta la inversión sexual por el exceso y la sobre carga simbólica."

De Lucho Gatica: "El bolero es todo" Por: Marcelo Mellado. El Mercurio. 21, Noviembre 2007.