Una buena novela es cualquier
novela que le hace a uno pensar o sentir. Tiene que meter el cuchillo entre
junturas del cuero con el que la mayoría de nosotros estamos recubiertos. Tiene
que ponernos quizás incómodos y ciertamente alerta. El sentimiento que nos
produce no tiene que ser puramente dramático y por tanto propenso a desaparecer
en cuanto sabemos cómo termina la historia. Tiene que ser un sentimiento
duradero, sobre asuntos que nos importan de una forma u otra. Una buena novela
no necesita tener trama; no necesita tener final feliz; no necesita tratar
sobre gente simpática o respetable; no necesita ser lo más mínimo como la vida
tal como la conocemos. Pero tiene que representar alguna convicción por parte
del escritor. Tiene que estar escrita de modo que transmita la idea del
escritor, ya sea simple o compleja, tan fielmente como sea posible. No tiene
que repetir aquello que es falso o trillado simplemente porque al público le
resulta fácil mascullar una y otra vez sobre lo falso y lo trillado.
Todo esto
se refiere a las novelas escritas en el pasado. Es imposible estar seguro de
cuáles serán las características de una buena novela en el futuro. Las novelas
contemporáneas nos sorprenden a menudo por ser muy distintas de aquello que
hemos aprendido a admirar y crean una belleza que, al ser tan distinta de la
antigua, resulta mucho más difícil de apreciar. Pero lo contrario también es
cierto; algunas de las mejores novelas también se han hecho inmediatamente
populares y del todo fáciles de entender. El único método seguro de decidir si
una novela es buena o mala es simplemente observar nuestras propias sensaciones
al llegar a la última página. Si nos sentimos vivos, frescos y llenos de ideas,
entonces es buena; si quedamos hartos, indiferentes y con poca vitalidad,
entonces es mala. Pero estar seguro de lo buena que es una novela y el tipo de
virtud que tiene resulta extremadamente difícil. El mejor método es leer lo
antiguo y lo nuevo uno al lado del otro, compararlos y así desarrollar poco a
poco un criterio propio.
(Virginia Woolf
“¿Qué es una buena
novela?”, 1924)