sábado, julio 03, 2010

Nemo nisi mors

nemo nisi mors

Ojalá el piloto de esta nave supiese de verdad a dónde voy. Pero mi destino está fuera de los mapas. Oigo los mismos datos de rigor: hora, clima, ciudad, altitud. Los aviones son cápsulas perdidas en el Tiempo. Aterrizo. Salgo. Entro. Los aeropuertos son metáforas de la Espera. Laberintos que se extienden más allá de las puertas. Dante y Virgilio confundidos entre los pasajeros. Bienvenida al limbo, dice el tipo de la ventanilla. El limbo no existe, replico. El tipo se ríe en mi cara y luego desaparece. En la aduana nadie cobra sobrepeso de ideas (salgo librada). Apenas me controlan maletas repletas de recuerdos, pequeñas inutilidades, caprichos de la nostalgia. Subo. Entro. Despego. Toco el vidrio para que alguien responda desde afuera. Y veo que Dios es un pájaro evaporado en la turbina. Otra vez la incertidumbre, el vértigo, el vacío. Miro hacia abajo y sólo quiero descansar. La presión del vuelo se desata en mis oídos. Voces / risas / llantos. Y Mark devolviéndome el aliento con su letra muy clara en mi diario. (¿De qué tinta está hecha esta promesa?) La Muerte ha muerto, anuncio a los pasajeros. Y el piloto responde: amén. (Nemo nisi mors). Mi corazón vuelve a latir. Se anuncia el descenso. Y otra vez los datos de rigor: hora, clima, ciudad, altitud. Ojalá el piloto supiese en verdad hacia dónde voy. Pero no lo sabe, nadie lo sabe. Mi destino está fuera de los mapas.