Sigo digiriendo un fin de semana precioso. Otavalo/ Cayambe/ Tabacundo. Ajusté los 25 cantando, danzando y brindando con gente sencilla y de corazón enorme. Algunos compañeros de danza estuvieron conmigo. Daniel me habló de sus orígenes y una visita pendiente a su abuela en el Valle del Chota. Vueltas y vueltas por todo el pueblo. Música por todos lados. Y luego la llamada de Mark, casi a media noche, desde Caffe Trieste, para hacerme tan feliz como siempre, y para acercarme al teléfono, uno por uno, a los amigos. Y yo brincando de emoción entre los pasajeros al escuchar a mis viejos. Aggie, Larry, Leon, Rabbah, Dennis, etc, etc, etc... todos diciéndome we miss you, Carla y preguntándome cuándo vuelvo a San Francisco. Y yo sin poder dar una respuesta certera, pero diciéndoles que los quería mucho. Y todo ahí, en medio de la carretera, con el corazón fragmentado, queriendo llorar a moco tendido. Y luego seguir viajando hasta encontrar posada y comida gratis. Y luego amanecer bailando san juanes con los viejos sabios de esas casitas humildes de barro y paja.
Quindi,Waira, Pacari. Caldo de gallina en la tullpa. Puntas puras y mezcladas. Y doña María que ya estaba chumadita diciendo "perdonará nomás, somos pobres, pero siéntase como en casa". Y yo abrazándola y diciéndole que se callara, carajo, que ella era más rica que muchos que han muerto en otro tipo de miserias. Y nuevamente a bailar para no congelarse. Y al siguiente día otra vez Cayambe, a las calles, a los churos, a las coplas pícarescas en la que los hombres cambiaban "Rosita" por mi nombre, y me cantaban diciendo que dónde venía con tanta energía y tanta magia, y yo pensaba lo mismo de todos ellos. Y luego los toros de pueblos, y el típico chumadito corneado. Y luego bizcochos, y una carretera llena de niebla. Y luego irnos bailando por las calles húmedas hasta perdernos en la noche, entre el sonido de armónicas y coplas inventadas.
