On the bus. photo by Mark Álvarez.
SF 2010
Mi última noche en San Francisco. Empieza la cuenta regresiva. El reloj martillando a mis espaldas. Hasta qué punto es saludable vivir así, fragmentada, dividida entre dos sitios. Todos creen saber lo que me espera y yo sólo siento incertidumbre. Vértigo. Muchos me han dicho les gustaría estar en mi lugar, ir y venir, ir y venir, ir y venir, pero no saben la precipitación terrible cada vez que tengo que partir y dejar pedazos de mi piel regada sobre estas calles. No quiero irme. No quiero. No quiero. No quiero. Mi patria es mi lengua (y mientras tenga donde escribir estaré a salvo). Quiero y necesito llorar, por todas las veces que en Quito no podré hacerlo. Salir de casa para regresar a casa. De vuelta a mi soledad. Siento que hoy me arrancan de una vida que no me pertenece, pero es mía. Nuevamente la desnudez, la promesa, el beso, la lágrima, el blues de madrugada. Las maletas en la puerta. Mi diario casi lleno. La mirada de Mark. Ni un verso alcanza. Ni uno solo. Esta noche la poesía es silencio.