
Biblioteca de tablillas cuneiformes en Sippar, al sur de Mesopotamia
.
fragmento
.
No todo el mundo utiliza las bibliotecas ni las utilizará nunca. Tanto en Mesopotamia como en Grecia, tanto en Buenos Aires como en Toronto, en todas partes han coexistido lectores y no lectores, y estos últimos han constituido siempre la gran mayoría. En los selectos scriptoria de Sumeria y la Europa medieval, como en el Londres popular del siglo XXI, el número de aquellos para los que leer libros constituía algo esencial era muy reducido. Lo que varía no es la proporción que existe, en términos generales, entre estos dos grupos de la humanidad, sino la forma en que las distintas sociedades juzgan el libro y el arte de leer. Y aquí la distinción entre el libro leído y el libro entronizado vuelve a manifestarse.
.
Si un visitante del pasado llegara hoy a nuestras ciudades civilizadas, uno de los aspectos que más podría sorprender a ese anciano Gulliver serían nuestros hábitos de lectura ¿Qué vería? Vería enormes templos dedicados al comercio en los que los libros se venden por millares, edificios inmensos en que la palabra impresa se divide y organiza en categorías claramente diferenciadas para la consumición guiada por los fieles. Vería bibliotecas con lectores deambulando entre los estantes como han hecho durante siglos. Vería a otros explorando las colecciones virtuales en las que han semimutado algunos libros que llevan en ellas la frágil existencia de fantasmas electrónicos. Fuera, ese viajero a través del tiempo encontraría también multitud de lectores: en los bancos de los parques, en el metro, en autobuses, tranvías y trenes, en apartamentos y casas, en todas partes. Tendríamos que disculparle si de eso dedujera que la nuestra es una sociedad letrada.
.
Alberto Manguel, La Biblioteca de Noche. Ed Norma. 2007