A los que murieron sin saber por qué
y a los que fueron asesinados por soñar.
Hace exactamente un año -y como ya era costumbre- me desperté muy temprano en la mañana, en el departamento de Sara, en Queens, con la radio sintonizada en alguna estación local de Nueva York. A diferencia de otros días lo que sonaba en el obsoleto aparato no era ningún
blues del viejo Muddy Waters que con sus gritos enérgicamente melancólicos me dijera: ¡w
ake up, baby! another world is waiting for you out there, camuflado en alguna de sus canciones. No. Esa mañana, lo único que podía escuchar eran especiales periodísticos para recordar los cinco años de los atentados terroristas a las torres gemelas y el pentágono. Lo mismo sucedía con la televisión. Las impactantes imágenes -con el zoom en su máximo nivel- se repetían una y otra vez mientras la bandera norteamericana flameba, y familiares de las víctimas completaban las trágicas escenas. En los parques se entregaban gratis miles de ejemplares de periódicos con portadas de Osama Bin Laden, como el asesino que
próximamente volverá, y de George W.
Bush con una expresión de confianza, similar a la de un superhéroe norteamericano, la de un
superman con el que
todos estarán a salvo. Era como ver la cartelera de alguna película de acción holywoodense. "Estamos yendo por buen camino, pagarán los que tengan que pagar. No descansaré hasta lograrlo." Desde luego, un
buen camino para nada bueno, porque en el mismo instante en el que Bush pronunciaba esas palabras, al otro lado, en Medio Oriente, la cifra de muertos por causa de la guerra, aumentaba; y la muerte se repetía una y otra vez, de la misma forma en que las imágenes del 11-S se repetían en el televisor, con la diferencia que las de Baghdad no se mostraban en el noticiero matutino de la CNN, y de hacerlo, apenas eran intermitencias, destellos efímeros, no más.
Decidí visitar la zona cero, a pesar de las múltiples advertencias y consejos de prudencia que venían de familiares y amigos. Necesitaba evidenciar lo que se estaba viviendo justo ahí. Por lo menos eso quería verlo con mis propios ojos, y no que un presentador con sonrisa de Mel Gibson prefabricada me contara la "realidad". Quería caminar por el lugar de los hechos, tomarme mi tiempo, hablar con la gente, sacar mis propias conclusiones. Apagué el televisor, la radio, y guardé mi filmadora y cámara de fotos en la mochila. En la mano, únicamente mi libreta de apuntes. Antes de cerrar la puerta, me acerqué a la ventana y comprobé que afuera hacía un buen día, entonces, tarareando al viejo Waters, salí.
La ciudad exhalaba miedo
Calles, restaurantes, edificios, autos, cualquier lugar podría ser un buen sitio para cometer un crimen -dijo alguien-. No, cualquiera no -pensé- los sitios toman vida por lo que simbolizan, y de la misma forma han de morir. Ingresé al subway. Todos se veían azules. No había mucha gente, lo que resultaba muy extraño tratándose del subterráneo de la que es considerada capital del mundo, pero mayor fue mi sorpresa al llegar a la línea Q, la que lleva a la zona financiera de la Gran Manzana. Éramos poquísimos, casi nadie, los que esperábamos el metro. Ya adentro, nadie conversaba, y el tiempo entre una parada y otra era abismal. Aun así, todo eso era tolerable, digo, el pánico que destilaban los cuerpos sudorosos de los pasajeros, el silencio, la paranoia, todo, pero de golpe el metro se detuvo, y no precisamente en una de las paradas. Por las ventanas se observaba cemento, y se apagaron las luces. Sólo se escuchó la voz del chofer para informarnos sobre un pequeño problema, por el que tendríamos que esperar ahí por un tiempo más. ¡Ah, carajo! -dije- y sentí que la sangre se me heló. Recordé los atentados anteriores, como el de Madrid, que ocurrieron justamente en un metro. Las ideas me pasaban en caliente por mi cabeza. En qué momento estalla, en qué momento estalla, hasta que después de nosecuantotiempo las luces se volvieron a encender y el jodido metro arrancó. El pequeño problema tomó casi media hora, y nunca nadie supo lo que en verdad pasó.
Ya en el WTC, habían grupos de personas con todo tipo de
mensajes, desde familiares de las víctimas, organizaciones pro-bush, organizaciones anti-bush, polícias, bomberos y paramédicos, pintores, cantantes y locos, los infaltables mensajeros de la palabra de Dios, y, como siempre, la prensa.
¿De donde salió toda esa gente? No lo sé. El punto es que era increíble ver cómo se iba aglutinando para expresar su terror al terrorismo, y en otros casos -con los
que sí compaginaba- les dolía la pérdida de tanta gente inocente; sin embargo, por esa misma razón no justificaban ningun acto terrorista, incluyendo el que su presidente había comenzado en Irak, varios años atrás.
Recordar, pérdidas, suicidios, amor, dolor,
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patriotismo, miedo, seguridad, ejército,
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fundamentalismo, islam, cristianismo, occidente, paz, oriente, hermanos
Investigar, despertar, cuestionar, actuar, 
El enemigo está adentro
A lo largo del día, aparecían nuevas voces que revelaban más datos con respecto al tema. Entre ellas, truthmove.org, una organización cuyos integrantes, quienes lucían unas camisetas
negras en las que se leía: Ask questions, demand answers (Haz preguntas, demanda respuestas) o Investigate 9-11 (Investiguen el 9-11), distribuían una serie de documentos interesantes en los que aseguraban que el 9-11 was a inside job, es decir, que el trabajo sucio se había hecho en casa, y que todo había estado previamente maquinado. Aducían que el gobierno sabía que esa sería la excusa perfecta e irrefutable para sus ataques en Medio Oriente. Suena terrible, lo sé. ¿Pruebas? documentos detallados, imágenes, estudios y documentales, en los que prestigiosos investigadores, académicos y expertos en física analizan minuciosamente la caída de las torres, y entre muchos de los resultados se explica que uno de los edificios de la zona se había derrumbado poquísimo antes de que uno de los aviones se estrellara, y que al interior se encontraron restos de explosivos.
En fín, en medio de todo eso -y de tanta bandera yankee- un retrato de un hombre delgado, calvo y sereno se levantó, o mejor dicho, fue levantado por dos jóvenes que venían de Boston. Era el retrato de Gandhi, quien también un 11 de septiembre, hace 100 años, había iniciado con su movimiento de No Violencia. Uno de los chicos dijo: "Deseamos transformar el 9-11 en un mensaje de esperanza. Nosotros queremos recordar a la gente que incluso después de que la violencia ocurra, hay un mundo de posibilidades: no hacer nada o vengarse con más violencia no pueden ser las únicas opciones posibles. Nunca olvidaremos lo que ocurrió el 11 de Septiembre de 2001, pero tenemos la oportunidad de responder de manera que también honre el 11 de Septiembre de 1906. La violencia requiere una respuesta que tenga en cuenta las raíces del conflicto y ofrezca justicia para todos...sin más violencia.
A pocos metros de ahí, otro grupo de jóvenes comenzaba una especie de
perfomance,
"recordemos también el otro 11-S" -decían- y por ahí se leía
¡Allende, presente! Eran pocos, pero eran, y lo más importante es que
esos pocos lograron que
otros muchos se detengan por un momento y recuerden, reflexionen o -en el peor de los casos- se enteren de que hace treinta y tres años, en un país llamado Chile, también se atacaron unas torres, unas intangibles, las torres de la ilusión socialista, y que también hubo torturas, torturas por soñar, torturas concientes que duraron muchos años, y que esas muertes inocentes estuvieron apoyadas por el gobierno de su país.

Me senté en la vereda de la calle principal y observé como dos pilares de luces azules se iluminaban hasta el cielo, y por un momento me sentí tranquila porque al menos ese instante gran parte de esa gente que caminaba apurada y tan ensimismada pensó que en otro lado, más allá de su país, más allá de sus tan resguardadas fronteras, en otro 11 de septiembre, alguien también perdió la vida, y que por ese anónimo ...también alguien lloró.
Texto y fotos: Carla Badillo C.
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