
Es todo. Quisiera seguir escribiendo, pero debo ir a disfrazarme (tradición familiar) para la reunión de esta noche. No diré de qué, ya lo sabrán cuando cuelgue una foto mía mañana. Y para quienes les carcome la curiosidad de saber si usaré un interior amarillo, pues sí, lo usaré, al fin y al cabo no se pierde nada, también comeré las doce uvas y pondré algunos propósitos en un globito (otra tradición familiar) que se prende y todos lo vemos hasta que desaparece en el cielo (ojalá llegase a Alausí, donde está Carlos Luis).
Sea como sea, a este año le debo mucho, lágrimas muy lágrimas y risas muy risas, creo que esa es la mejor forma de saberse vivo. Quiero aprovechar para agradecer a toda esa gente que me acompaña en esta parodia de la vida. A los amigos que están lejos y con los que espero este año poder estrechar tantos abrazos acumulados. Les deseo de corazón muchos desafíos para este nuevo año. Aquí les dejo un poema de Borges para la fecha.
FINAL DEL AÑO
Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere
y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.
Jorge Luis Borges.