miércoles, agosto 01, 2007

(Des) encuentro

Al que aúlla sólo, en otro continente.

"Ahí estaré, esperando una cita imposible,
un encuentro que no se cumplirá."
Juan Carlos Onetti

“No hay mapas, dijo él. Le dije: soñaremos.
Y fui su amante,
no la desposada, sólo su bajel,
ése era mi orgullo.”
J. E. Adoum.

Fue un martes, primero de agosto, cuando conocí de golpe el rostro frívolo de la paradoja (en aquel momento me pareció el más dulce y seductor de los rostros). Hoy -un año más tarde- ya no tengo aquel rostro frente a mí, pero la vida se encarga de recordármelo todo el tiempo. Como ahora, que celebro la maldición de nuestro primer y último encuentro, a solas.
Enciendo una vela a la altura de mis ojos, muy cerca, y siento el calor que emana a mi entrecejo. Observo como resbala la cera por los costados, consumiéndose de a poco, lánguidamente. El ritmo es perfecto... a fin de cuentas, el masoquismo nunca ha tenido prisa. Mientras lo hago, desempolvo palabras, besos y un poema que creía muerto. Entonces, recuerdo un fragmento de Tras la pólvora, Manuela, de Jorge Enrique Adoum, que hace alusión a Manuelita Sáenz, la caballeresa del sol, la libertadora del libertador, que calza perfecto en esta noche llena de ausencias, y lo repito en voz alta:

“Tejes, destejes, Penélope de Paita, tus años de trastienda,
de inválida que aguarda sin saber las aves de la fiebre.
No escaparás, no puedes, sino el pasado y el delirio,
no hay huída para ti, ni siquiera a la tumba, no hay tumba.
Teje, viuda de dios, casi araña, tu tela de guerrera sosegada,
atrapa para siempre ese amor que pasó entre tus sábanas.
La peste no sabe leer, no sabe historia, no sabe que es tu puerta,
la muerte viene, entra como una tonta, da vueltas
sin preguntar a nadie para equivocarse sola
y echa fuego a las ramas de tu cabellera
y tus peinetas que un día se quebraron bajo él contra los claveles
y las cartas mil veces leídas con que comprobabas que fue verdad
tanto combate de trinchera y cama,
quiteña irrespetuosa, huésped tranquila de un escándalo
que los demás guardaban con llave y naftalina en los baúles de la biografía
de donde sales a mostrar los pechos orgullosa
como un mascarón de proa en alta mar.
La segunda vez ya no hubo encajes ni ociosidad ni cartas,
no estuviste,
lisiada por el recuerdo, amarrada a la puerta: el viento te esparció,
polvo o memoria, por todos los caminos que conozco
sin esqueleto ni ceniza que recoger y amar, no lámpara enterrada
sino espectro de un amor ajeno, de que dan fe estas páginas.”
* * * * *

La vela está próxima a extinguirse, pero no la dejo perecer. Únicamente mato su luz con mis dedos, para luego soltarla y, finalmente, cobijar mi espectro con su oscuridad.