sábado, octubre 20, 2007

Dos palabras

Nuevamente el conflicto con el tiempo, la realidad arremetiendo contra la ilusión de ser liviana. Seis días provocando remolinos y el séptimo me crucifica desvíando mis pies hacia el bar más cercano, difuminando mi tristeza entre el humo de cigarros, mientras redefino mis órganos.
Sola. Entro con la seguridad de que nadie conseguirá el secreto de mi carne, embistiendo lo burdo del instinto. Pido una cerveza mientras veo como me devoran las bestias desde sus asientos. Sus miradas perforan mis huesos y repiten como karmas silenciosos: "ojalá sea una de esas putas dignas de sacársele el sombrero". Ilusos en potencia.
Necesito escribir. Me siento en la esquina del lugar y maldigo el esfero que se revienta en mi bolsillo. Pido otro con la misma necesidad con la que pedí esa cerveza, con la misma necesidad voraz que tengo del hombre que se quedó en mi tierra, esperándome con los brazos abiertos, entre un café cargado y sus libros, siempre los libros, fieles compañeros que hoy le reclaman que se concentre en ellos, que ya no piense en la negra, esa negra que desde el sur hoy lo extraña como nunca.
Sola. Imaginando que él aparece, entra de repente por esa puerta rancia y me devora de un sólo mordisco.
Es un reggae el que suena y ya no es deseo lo que las bestias sienten...sino miedo. "Uuuh, no me dejes morir así. Uuuuh no me dejes caer en la trampa". Sola. Me siento cansada como quien expulsa sus demonios después de ser exorcisado con sus propias plegarias, en las que sólo caben padresnuestros terrenales.
Me voy. El poeta que un día dejó el puerto para enclavarse en la ciudad amurallada de volcanes hoy me llama con su voz quebrada por la ausencia. Y aunque no haya aparecido de repente, ni haya entrado por esa puerta rancia, él sabe muy bien como devorarme con dos palabras. Él sabe, aun en la distancia, tatuarme poemas mientras la noche sucumbe frente al sigilio de las primeras luces.
Loja, 20 oct/2007