

transmitían mucha fuerza en el escenario, y entre canción y canción uno de ellos daba mensajes de unidad, más allá de la tierra en que nacimos, del lenguaje común que es la pachamama -la madre tierra- y de lo que dirían nuestros ancestros al ver que ésta hoy convulsiona, como en la canción Sarayacu dedicada a este pueblo digno y admirable por su resistencia. Luego tocaron Coplas de Zuleta, y en ellas la canción Jilguerito, que es una de las que bailamos en mi grupo. Cantamos hasta casi quedarnos sin voz. En el interludio, aproveché para meterme en los camerinos, mi madre me dio la cámara y adelante! Desde luego, eso no estaba permitido, pero en las cosas que no están permitidas soy experta, así que tras esquivar al guardia, entré. Y ahí estaban todos, los músicos: Roberto, Manuel, Rumiñahui, Ati, Tupa, Ixca; y los bailarines: Anita, Kaya, Saúl, entre otros. Me presenté y hablamos un poco sobre la música andina y sobre la danza, les dije que yo bailaba, y que nuestras coreografías las realizamos con su música. Se mostraron contentos. A pesar de que muchos de ellos viven en Estados Unidos, no ha cambiado esa sencillez y carisma de quienes viven al pie de la montaña, en compañía del lago, de la cascada, de los maizales.

Con Kaya Cachimuel

Con un Diablo Huma
Con Los Nin, los más jóvenes de Yarina
Con Roberto Cachimuel y mi madre
La segunda parte inició con una maravillosa representación del amor a manera de ave andina, y de las parejas que se enamoran a causa de su canto. Un par de temas los interpretaron junto a la Banda Sinfónica Municipal. Los más jóvenes de la familia Cachimuel, sorprendieron a todos con un reggeaton que, lejos de ser el género musical de Yarina, quisieron demostrar que las nuevas generaciones aman su música y su identidad, y que si bien se puede tomar la base -en este caso el ritmo de un género- lo que le da la fuerza es su contenido, y así fue, lejos de decir azótame, perréame, etc., la canción, cantada en su mayoría en Kichwa, habló sobre lo que significa ser parte de un mundo tan rico como el andino, de lo que es ser un runa, y no olvidar de donde se viene.

Casi al final, tocaron una canción que la dedicaban a Mama Rosita, la cabeza de los hermanos Cachimuel, la mujer que supo guiar sus pasos por mucho tiempo. La canción fue anunciada como Mamita, pero cuando empezaron a tocarla me estremecí, puesto que nosotros la conocemos como Wuaira, y es con la que hace unas semanas yo bailé en el orfanato. Se me erizó la piel, la canción está totalmente en Kichwa, y la cantamos con fuerza. Casi al final, era tal la conexión que lloré. Carajo, son esas las cosas que valen la pena, pienso. Esas cosas, personas, circunstancias que te hacen temblar de la emoción. La función concluyó. Todos nos levantamos y gritamos otra, otra... y repitieron Jilguerito ¿qué más podía pedir? Uno de los de Yarina dijo que este calor de nuestra gente es el que extrañan desde lejos...y entonces en medio del silencio del Teatro, yo grité: Pero entonces regreseeeeen.... a lo que él respondió: Eso queremos, pero por ahora no podemos, y yo grité: Que se quede Robertooooo!.. todos rieron, incluído Roberto, el que a mi parecer es uno de los que más le da la fuerza al grupo con su voz, su flauta, su violín, su baile...

Al final, conseguimos dialogar con ellos, tomarnos fotografías, y dejar planteada la posibilidad de bailar algún día con Yarina. Ojalá.
Shinallamy canchi!!