martes, abril 15, 2008

Nuestros Infinitos Dedos

A Freddy Castellanos.

Mientras el ojo inquisidor aguarda, la expectativa tose grumos de congoja. Quisiera machetear distancias, acortar necesidades…por eso te traigo hasta este rincón mohecido -quisiera no fuese así- de manera casi espiritista, invocando tu nombre (la pinta de bruja nunca me ha sido gratuita). Casi puedo sentir el olor de tu historia aún caliente. Entre tu bisabuela preparando sopas de semillas, en la bicharra tiznada de hollín, y ese quechua heredado. Casi puedo comprender tu obsesión por la columna vertebral de la serranía andina. Tu saliva, Freddy, se mezcla con el ¡kausachum coca! de los de tu tierra y se reencuentra con el ¡Huaiñachum yanquis! de los de la mía…misma sangre, misma tierra.

El lugar donde naciste marcó tu destino; Huancayok: “El lugar de la roca”. Tu cuna fue de piedra. Quizá por eso, los días en que llueven clavos rojos los afrontas con una naturalidad que espanta. Y sigues destilando coraje. Y me humedeces con tus lágrimas. Sé del dolor que sentiste cuando viste a esos tres niños, en medio de las montañas, con sus pupilas dilatadas al darse cuenta de que lo que llevabas en tus manos era pan. Entonces, puedo escuchar el eco de tu voz diciendo: Si existe un Dios, nunca pasó por aquí. Y recuerdo de inmediato aquella vez en la que -sin estar presente- pude escuchar: Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios, cuando evocabas a Vallejo, con sus Dados Eternos.

Tampoco he olvidado lo que escribiste una de esas tardes virtuales: Tu deberías estar aquí, cholita… Sí, lo sé. Queda pendiente un puñado de cafés, entre Cabral y Chabuca Granda; pero llegará aquel día, llegará, antes de que la misma Atisha pueda darse cuenta. Y seré yo, a la que llamas Cusy Coyllor, la que te invite a convertirte en viento.

Me he dado cuenta que para ti basta una palabra bien dicha. Mi amigo, mi hermano, mi amante sincero de tintas que no se marchitan. Sigo aquí, en la mitad del mundo, renaciendo a cada instante en este Quitu que no se cansa de parir historias. Estrecho tu mano ausente en la que no sólo caben mis dedos, sino los infinitos dedos de los que no tienen rostro, de los que mueren de abandono, del abandono más triste que es encontrarse solo y de frente con la muerte.