¿Crees que para el hombre de hoy
sigue teniendo algún atractivo esa condición efímera de lo escénico?
El teatro hace patente un amor
por la muerte, un culto por lo efímero, como una especie de impulso de
aniquilación, la sensación de que algo muere. Como actriz yo lo he sentido así,
hay una atracción por lo fatal, da igual el género dramático, es algo que está
sucediendo y que puede fallar. Algo que está ocurriendo sobre la cuerda floja y
en cualquier momento se puede caer la trapecista (y todo el mundo empieza a
aplaudir). El actor se puede equivocar, puede incluso abandonar la escena. Eso
no existe en la literatura, ni en el cine, por ejemplo. Tal vez es esa especie
de tanatofilia lo que hace que siga existiendo público para el teatro. Y eso
debemos tenerlo muy en cuenta también los autores, quiero decir, responder a la
expectativa de riesgo con la que el público se enfrenta al escenario, volver a
poner la escena sobre esa cuerda floja, sobre la caída y muerte del trapecista.
Además está la cuestión de lo compartido, eso es importantísimo. Los gestos
de los que están a tu alrededor como espectadores construyen la obra contigo.
Si escuchas un comentario negativo durante la función, esto también está
construyendo la obra contigo. La congregación no es solo entre el espectador y
la obra, sino entre los espectadores. El público entre sí construye ese rito,
lo construyen entre todos.
(Entrevista completa aquí)