(México. DF. 2015)
Supe de lejos —movida por la
intuición— que fueron sus manos quienes labraron esa escultura: The Palmist (cera perdida, bronce / 2011). ¿Quién más que Leonora Carrington pudo haber
incrustado un par de ojos profundos en las manos de un ave antropomorfa? Ella,
quien alguna vez sentencio: "¿El mundo que pinto? No sé si lo invento; yo
creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí.”
Lo mismo me ocurre con la poesía.
Luces y sombras confluyen en este espacio, pero los colores se me revelan como
son.
La foto fue tomada por mi madre, otra rara avis en esta intensa travesía. Hace poco vimos juntas, en medio de las pirámides de Teotihuacan, un enorme arcoíris redondo. ¡Estaba entero! ¡Totalmente entero! y lo seguí con la mirada un buen rato sin temor a quedar ciega de tanta belleza. Fue un milagro que, personalmente, jamás había presenciado; entonces fui feliz, como lo soy ahorita escribiendo estas letras desde este pequeño cuarto de hotel en el corazón de Veracruz (porque nos vinimos del DF para conocer al menos un pedacito de la costa mexicana). De manera que por ahora, sólo sé que quiero seguir viendo este tipo de manifestaciones simples y fantásticas por el mundo; quiero seguir creyendo en los milagros.
La foto fue tomada por mi madre, otra rara avis en esta intensa travesía. Hace poco vimos juntas, en medio de las pirámides de Teotihuacan, un enorme arcoíris redondo. ¡Estaba entero! ¡Totalmente entero! y lo seguí con la mirada un buen rato sin temor a quedar ciega de tanta belleza. Fue un milagro que, personalmente, jamás había presenciado; entonces fui feliz, como lo soy ahorita escribiendo estas letras desde este pequeño cuarto de hotel en el corazón de Veracruz (porque nos vinimos del DF para conocer al menos un pedacito de la costa mexicana). De manera que por ahora, sólo sé que quiero seguir viendo este tipo de manifestaciones simples y fantásticas por el mundo; quiero seguir creyendo en los milagros.