(Argentina, 29 de abril de 1936 - 25 de septiembre de 1972)
Un día como hoy no te tembló la mano, querida Alejandra. O te tembló de más. 25 de septiembre de 1972. En el 980 de la Calle Montevideo de Buenos Aires, departamento C del séptimo piso, 50 pastillas de Seconal. Y te fuiste a salvar el viento, animalito nocturno. Por ti afilo música esta noche, la afilo como si fuese un cuchillo. Y te invoco. No desde el verbo sino desde el sonido. Enciendo una vela y alumbro tu sombra. Y tu poemas, debajo de las piedras. En Quito llueve y nadie se moja. Y hay niebla. Y Janis ladra tu nombre colgada del tejado. Y yo repito desde mi lúgubre trono lo que le dijiste a ella: Hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia. Eso hiciste vos, eso yo.
Me pregunto si eso no aumentó el error.
Hiciste bien en morir.
Por eso te hablo,
por eso me confío a una niña monstruo. Sigue durmiendo, Alejandra, que yo te seguiré rezando un rosario de pájaros castrados, y de sueños enfermos, en la noche eterna.