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Sigo viva. Esta es una de las pocas veces en que en realidad me he desconectado de muchas cosas para internarme en otro mundo. Aquí el tiempo corre y es imposible detallarlo todo en este espacio, pero todo esta en el cuaderno verde, el viejo compañero. Estoy lejos de mi Kitu, pero nunca lo he tenido tan presente; mi gente, mis canciones, mis indios van conmigo. Me entere la semana anterior que mi documental fue seleccionado para proyectarse en Bogota, Colombia, en el III festival de cine Sur realidades, En la categoría de derechos humanos. Estoy feliz por ello. No podré asistir desde luego, pero me emociona saber que llegara a más gente. Además fue seleccionado no solo para proyectarse sino que entro en concurso. Todos aquí celebraron conmigo la noticia. Y desde luego en casa. Aquí he recibido lecciones de vida en tan corto tiempo, unas han ampliado mi perspectiva. Eso me gusta, me gusta que ocurran cosas que me descoloquen, que me permitan seguir comprobando que cada ser humano es un mundo aparte. En fin, les comparto pequeños fragmentos, porque por ahora me queda eso: resumir, aproximar, compartir pequeños espasmos; emociones sin digerir. Seguiré caminando por las calles de San Francisco, seguiré el olor de los libros viejos.
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This is a strong poem- fue lo primero que Jack Hirschman me dijo luego de leer el poema de Sarah Kane. Entonces lo tradujo y me pidió que le entregase otro, y así lo hice. Luego de ello, se me acerco una noche a la sala donde conversábamos con Aggi sobre su faceta de profesora de drama en Inglaterra, y me dijo: Carla, bela, dame tus poemas, los que tengas aquí, quiero traducirlos todos. Ahora Jack traduce los versos de esta poeta que en su ciudad ha optado por pasar desapercibida, cuyos escritos han estado guardados. Ayer conocí su estudio, un pequeño cuarto en el hotel Columbus, justo arriba del Caffe Trieste. Ahí vivio Jack con Aggi por ocho años antes de cambiarse a la casa en Broadway. Cuanto he aprendido de sus anécdotas, de sus libros, de sus pinturas, de sus amigos, que ahora también son mis amigos. Gente a la que antes solo conocía por la tinta y con la que hoy me siento a compartir la mesa.
El día que conocí a Ferlinghetti murió BJ Papa. BJ Papa era uno de los hijos mas queridos de North Beach. Era un elemento clave del jazz, todo un piano man. Recuerdo que fue un lunes cuando Jack y yo nos juntamos en el Trieste y luego fuimos a casa donde nos esperaría Aggie y Lee. Lawrence llegaría a las 6 y 30. Cuando entramos escuchamos llantos por toda la casa. Oh shit, dije. No sabia que pasaba, pero no necesitaba mucha explicación para saber que algo muy malo había ocurrido. Lo primero que se me cruzo por la cabeza era Ferlinghetti. Después de todo era a el a quien esperábamos y sabia que andaba un poco delicado de salud. Cuando subimos Aggie nos dijo que el viejo jazzero murió mientras dormía. Tenía alrededor de 70. Pusimos un cd de BJ Papa. Lee gritaba en la esquina: No way, no way, no way!!!.... Yo solo escuchaba el jazz que salía del equipo. Luego las cosas se calmaron. A las siete llego el viejo beat. Ahí estaba el autor de Coney Island de la mente, lo primero que leí de el. Lawrence Ferlinghetti es un tipo muy lucido para tener 98. Lo primero que vi fue su sonrisa amplia, sus ojos claros y el arete en su oreja derecha. Jack me presento al escritor y dueño de la legendaria City Ligths Books como una nueva amiga y colega, después le contó la historia de cómo nos conocimos. Lawrence me dijo: Eres una muchacha con suerte. Cuando llegue a San Francisco, me tomo dos meses para vivir mas o menos lo que estas viviendo. Y luego empezaron a recordar historias de Allen Ginsberg y Gregory Corso. Jack imita a Corso muy bien. Con una voz ronca, media gangosa. Yo reía sin parar. Jack le dio un par de textos míos a Lawrence, y le gustaron. Luego quería saber mas sobre Lawrence, pero parecía que el estaba mas interesado en saber sobre mi vida. Le hable sobre Ecuador, sobre los shuaras, sobre el ayahuasca y el san pedrito. Sobre mis amigos en España, sobre los que están al otro lado. Luego me contó algunas de sus experiencias durante su travesía por Latinoamérica, la misma que la realizo con Ginsberg. Me pregunto si estaré en octubre porque va haber un evento dedicado a Charles Bukowski, en la librería. Le dije que partiré pronto. Pero volverás… tienes talento, y esto apenas empieza, niña. Volveré, claro que si, de eso no tengo duda, esta ciudad me ha dado tanto en tan poco tiempo… talvez porque sabe que tambien soy una de las hijas salvajes de Whitman.
Con Lawrence Ferlinghetti a la salud de los amigos vivos y muertos
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Neeli Cherkowski, el buen Neeli, me recoge a mediodía y me lleva a conocer Misión Street. Otro de los barrios donde se respira arte por todos lados. Hay mucho latino y las paredes de las calles están cubiertas de colores, formas, rostros, consignas. Hay murales gigantes. Entramos a la galería de la raza. Nos tomamos un café en la esquina. Neeli Saca algo de su bolso: libros, libros y más libros. Son sus poemarios y unos ensayos suyos en español que presento en México hace un par de años. Me los firma y me los regala. Para Carla y su pasión. Neeli me habla de Jesse, su compañero con el que ha compartido 25 anos. Un psicoanalista y pintor filipino que regresara en unos días de su tierra. Neeli es un tipo con un corazón gigante lo supe desde el primer día. Jack me dijo que en su casa Neeli guarda muchísimos cuadernos llenos de sus poemas que aun no han sido publicados. Cuando converso con Neeli me pasa lo mismo que con Jack: siempre me entero de cosas de escritores a los que hubiese querido conocer. Y con Neeli es inevitable, por ejemplo, hablar de Bukowski. Le pregunto algunas cosas y Neeli empieza a recordar varias anécdotas; se emociona y dice que quiere indicarme algunos recuerdos de Hank que no los encontrare en otro lado.… Y es cierto. Apenas entramos a su casa, saca un cartón con fotos de Buk. Las tomo el padre de Neeli. Veo libros raros, ediciones únicas, poemas del puño y letra del viejo. Dedicatorias al puro estilo infernal. Neeli conoció a Bukowski cuando tenia apenas 16 y Buk tenia 40. Hay una foto en la que están los dos junto a Linda King Bukowski. Le pregunto por ella. Me dice que vive en Phoenix, que es maravillosa, que si quiero me puede dar su número para visitarla cuando regrese a Phoenix. Pienso que no estaría mal, pero lo veo lejano. No quisiera hacerme el viaje en vano. Prefiero por ahora concentrarme en lo que estoy viendo aquí. Hurgar la sala de Neeli es encontrarse con pequeños tesoros, siempre pequeños tesoros.
Una de las actividades que Jack organizo como poeta laureado de Frisco es el poets-11. Se trata de 11 recitales, uno en cada distrito de la ciudad. Jack quiso que leyera ahí. Así que fuimos a la librería pública de un barrio en el que la mayor parte es gente negra. Yo estaba fascinada. Fuimos en el auto de unos de los amigos de Jack. Aggie iba cantando y yo estaba en silencio, iba pensando todo lo que estaba viviendo. En ese instante llego un mail al teléfono del amigo de Jack. Era un poema que Neeli Chercovski me había escrito. Nunca lo voy a olvidar. Neeli me lo mando en el momento preciso y Jack lo leyó. Me movió tanto que logro sacarme un par de lágrimas que nadie vio porque seguí volteada con la frente en la ventana. Cuando llegamos la gente ahí de la librería pública me recibió muy bien. Pude leer en español y en ingles. Se me hizo extraño leer en el segundo idioma, pero me gusto. Me metí tanto en mi poema y además leí con más ganas luego de ver que entre el público estaban algunos amigos: Jack, Aggie y Neeli, quien había llegado sin avisar solo para escucharme. Luego de la lectura fuimos al Trieste. Era jueves y la esquina estaba repleta de risas y recuerdos. Era un jueves. Y nuevamente aparecen los amigos de siempre para regalarnos sus historias.
Con Jack y Neeli en la libreria Publica SF
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Estoy en el Caffe Trieste, como todos los días. Escucho La Boheme saliendo de la rocola. Mark esta sentado en la mesa de al lado, conversa con Lyon y Marvin. La mirada de Mark me relaja tanto como la canción. Mark llego un jueves por la noche a la esquina donde uno se siente menos solo. Yo llegaba del recital en la librería publica. Cuando lo vi supe que era el mismo tipo que había registrado en mi memoria dos días antes en una de las mesas. Lo tenía muy claro, boina y café. Pero ahora no era un fantasma. Ahora estaba ahí, de nuevo, en el Trieste, junto a los artistas, a los locos, a los autoexiliados, a los comunistas y anarquistas, y junto a los que como yo no nos gustan las etiquetas (aunque esta distinción me haga parte de una nueva). Cuando supe su nombre recordé el personaje literario de José Sbarra: Marc, la sucia rata; un tipo libertario que siempre anda echando guerra a un policía, con sus dialogos inteligentes e irónicos. Mark tiene algo que me atrae, que lo vuelve exquisito para mis ojos. Talvez sea su soledad. Presiento que es un animal solitario, hambriento de (mas) conocimiento. Quisiera saber que guarda Mark en sus bolsillos. Cuantos libros carga en su maleta. Cuantos dioses se esconden en sus botas. Me mira, me mira una y otra vez. Yo también lo hago. Sí, él es Mark, pero en esta historia, él es el policía.
Con Mark afuera de Caffe Trieste