jueves, abril 16, 2015

Carritos - Julián Herbert



Llevo más de veinte años intentando escribir cuentos y no puedo. Tampoco me acongojo: en cualquier caso, rara vez he conseguido confeccionar textos que respondan a las expectativas del lector habitual de cualquiera de los géneros literarios. Quizá por eso aspiro a practicarlos todos. Nunca ha faltado alguien diciendo que mi novela es un poema largo al que le sobra la crónica de viajes, o que tal cuento que hice parece más un rap o un prospecto publicitario que verdadera literatura, o que a este poema le estorban los trocaicos puesto que en realidad debió ser escrito en forma de ensayo… No me molestan semejantes opiniones. Al contrario: si Ricardo Montalbán me invitara a la isla de la fantasía, mi deseo sería ser capaz de producir una literatura embrionaria, no experimental sino vagamente medieval, en vías de desarrollo. Esa es la única metonimia de la historia del discurso con la que puedo describir el mundo que percibo.

Esto no significa que ignore o desprecie las herramientas. La narratología es uno de mis vicios predilectos, sobre todo después de Genette y de las recientes indagaciones que ha hecho en este campo la poética cognitiva. Me interesa menos la retórica tradicional que la noción de que narrar es un proceso de pensamiento: un hecho neurobiológico. Por eso me obsesiona la condición pragmática y a la vez fantasmal del concepto de focalización.

Asumo que todos los cuentistas seguimos pensando como niños. Y hay dos tipos de niños: unos juegan diestramente con los carritos a control remoto, otros desarman el control y los carritos para ver cómo funcionan. Me temo que mi estirpe es la segunda. Por eso casi nunca me trae regalos santaclós.


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