martes, enero 01, 2013

Eternos Retornos



La última semana de 2012 fue una de las más bizarras de mi vida. Luego de una serie de peripecias en Surinam (el estado más pequeño geográficamente de América del Sur), visité un barco de carga cuyo capitán y tripulantes fue lo mejor que me pasó en el viaje. De haberlo embarcado definitivamente habría llegado en poco menos de un mes a Baltimore, donde luego de visitar la tumba de Edgar Allan Poe, lo más probable es que hubiese cruzado a San Francisco.
Posibilidades que se barajan a mil por hora sobre la mesa del viajero. Pero luego las cosas se tornaron aún más extrañas en esa lejana tierra del Caribe, propias de una película de Lynch o Tarantino, y sin más, por primera vez, adelanté mi regreso. Así que empecé el año literalmente volando. Con tanto sueño y un sinnúmero de conexiones que acabé por embarcar un avión que no era el mío (pero esa es otra historia). Finalmente en Quito, en mi cama, con mis libros.
Nuevamente la calma, y el Silencio necesario para transcribir mis diarios de los últimos viajes. Vuelvo al Sur, como diría Goyeneche. Y soy feliz ahora, porque en las horas más tristes, en la distancia, el beso de mi madre es lo que me hacía falta. Y ahora lo tengo.