photo by Jorge Luis Narváez
Valle del Chota, 2010
Sainte-Beuve decía en sus Máximas: "Sucede con los lugares, lo que con las obras de los hombres: hecha su reputación, todo el mundo va a visitarlos y los admira, mientras que sin esto, otros que no tienen prestigio, podrían competir con ellos. De los lugares citados, la mitad debe borrarse y dejar sólo la otra mitad, que es la digna de ser divinizada."
Es cierto. Yo, que he andado por mares y desiertos, por junglas y montañas, por lo antiguo y lo moderno, he sido testigo de cómo los turistas se atrincheran frente a verdaderas moles de cemento a las que cuesta un dineral acceder, y a las que poco o nada importa esperar horas y horas con tal de sacarse la foto de rigor. Nunca me han gustado esas multitudes. He preferido perderme voluntariamente por calles a las que yo misma he ido re-bautizando; y aun cuando he caminado por lugares donde las aglomeraciones son inevitables (pienso en Roma o Nueva York), he preferido continuar descubriendo lugares y gente a mi ritmo.
También me he internado en otros lugares menos conocidos que han resultado verdaderos paraísos. Este Valle es uno de ellos. Aquí el Tiempo no me asusta. Aquí se detiene. Y las aguas de este río no se mueven como en otros. Aquí las piedras me gritan: báñate dos, tres o cuatro veces en las mismas aguas. ¡Cuatro veces! (Si Heráclito lo hubiese oído). Por eso estoy feliz de que Jorge Luis me haya traído hasta aquí, luego de caminar al filo de la carretera y de atravesar ese primer pozuelo entre el cemento y la arena. Mojarse. Hundirse. Arriesgarse. Como decía Memo o Taruka: hay lugares en cuyo interior habitan otros lugares, otras puertas, otras dimensiones, otros dioses.
Samia Didane, yo, Jorge Luis Narváez
photo by Miguel Arcos Mina
Con Jorge Luis "el negro más blanco del Chota"
Jorge Luis y Miguel Arcos Mina
Jorge Luis y su ahijado Johan Tadeo
Y me presenta a Miguel. Ibarreño radicado en Paris hace algunos años. Un tipo libre que al cabo de un rato se quita la ropa con la inocencia de una pequeña criatura. Y danza entre el agua. Y construye con las piedras lo que el llama "museo de lo efimero". Ya verás porqué, me dice. Y luego sopla el viento como si las montañas que nos rodean me diesen la primera pista. Hay cosas sublimes en este lugar. El cielo se abre. Samia toma la guitarra. Los niños juegan a lo lejos. Y yo camino para seguir coleccionando piedras que no hayan sido tocadas. Soy privilegiada por seguir atestiguando esto.
A veces parece tan simple ser feliz.
Miguel y su hijo
photo by Jorge Luis Narváez