sábado, agosto 08, 2009

Sazón ecuatoriana pa´los amigos

... porque vine con la intensión de hacer cosas que en el primer viaje no pude. Como compartir con mis amigos varios platos de los que tanto he hablado, hechos con los productos de mi tierra: plátano, maicito, tómate de árbol, hierba luisa, entre otros...... Por eso estuvo bien empezar con las empanadas de verde rellenas de queso, las humitas de sal y de dulce, las quesadillas con café lojano, el chulpi, el tostado y el ajicito bien puesto. Estuvo bien activar sus paladares con sabores andinos. Jack y Aggie disfrutan de la comida. Y yo tengo la misma cara de satisfacción que mi madre cuando cocina y prefiere comer al último o incluso no comer cuando está atendiendo a su gente. Mmmm, mama! dice Aggie acabándose el último bocado. This is so good! Y Jack detiene sus ojos sobre el ají con la misma atención que pone sobre las palabras. Wait a minute, shunguita -dice- what is this white thing in the salsa? Y yo me río al contestarle que es chocho. ¡Chocho! - repite. Y yo río más. Siempre lo hago cuando me toca hablar del chocho, porque a pesar de que en Ecuador se refiera a una leguminosa originaria de los Andes tan presente en nuestra gastronomía desde la época prehispánica y que posee un alto contenido de proteínas, mayor que el de la soja, en otros lugares, como España, chocho se refiere a la vulva. Por eso nunca olvidaré la primera vez que unos amigos españoles abrieron sus ojos cuando les dije en Ecuador los chochos son buenísimos. "Si algún día van a mi tierra, yo pondré los chochos sobre la mesa". Entonces echaron a reir. -Si es así vamos ahora mismo, dijeron. A Jack le gusta todo lo que sea picante, así que el ají con chocho le fascinó. Pero también le gustó como suena. Yo le dije que se olvidara del sonido por un momento y que mejor disfrutara de la empanada. -Ah, shunguita, es imposible, para mí el sonido de las palabras es vital, el sonido impone el ritmo... no olvides que soy poeta.
chochos con tostado

Estuve ensayando mi danza un par de horas en la cocina. Ahora que Jack y Aggie están fuera del país la casa se siente vacía. Marsha viene de rato en rato y descarga sus fotografías en la computadora y me habla de su alergia al humo. Por eso no puede estar cerca de fumadores ni asistir a parrilladas ni encender inciensos. "Tener esta alergia y vivir en San Francisco es complicado -dice-, porque aunque no fume, siempre que camino afuera ya me viene el olor a hierba por alguna esquina". Marsha sale de la casa en busca de aire puro. Y me quedo para seguir bailando sola frente a la estufa. Mark está trabajando, pero me llama de rato en rato. Es bueno escucharlo justo ahora que me agarra esta melancolía al escuchar los san juanitos y al tocar las chagchas. No estoy triste, le digo, pero bailar sola me transporta a otra dimensión, que no puedo evitar las lágrimas. No estoy triste, insisto, es sólo que me entrego a mi música. Y él me dice que está bien que así sienta, que justamente eso es lo que le gusta de mí, que no sólo bailo por bailar ni hago las cosas por hacer, sino que se trata del alma, saber que siempre hay algo más aquí adentro. Cuelga. Y viendo el refrigerador recuerdo que aún quedan empanadas y humitas por feir, así que decido compartirlas con los otros amigos. Sin pensarlo dos veces las coloco en el sartén para llevarlas al Caffe Trieste, seguro que ahí encontraré a más de uno. Pero quiero que Mark también las pruebe, así que le mando un mensaje y dice que anda complicado, pero que va a intentar. Bajo en 15 minutos, le digo. Pongo la comida en la bandeja, me pongo mi fachalina y me cubro la cara para no agarrar un resfriado, un "golpe de aire" como diría mi abuela. Salgo a la calle y una noche espesa me saluda. Avanzo por North Beach a paso rápido como una dama misteriosa que lleva entre sus manos el encargo que no puede esperar.
Llego al Trieste, y tal como lo imaginaba encuentro a Leon, Vranace, Henri y Stuart. Los pongo a todos juntos. Luego llega Larry y el judío bohemío para completar la escena. No, la escena no está completa, falta Mark. Todos quieren empezar a degustar, pero les digo que se aguanten un poquito a ver si llega el susodicho. Salgo del Trieste y veo su sombra acercarse. Me emociona saber que se escapó un rato del trabajo. Sé que está muy ocupado, pero llegó. Les explico rápidamente que es lo que tienen frente a sus ojos y directamente pa´dentro. Me siento muy bien compartiendo esta mesa ajena e imporovisada con ellos. Vranace me dice que es muy raro lo que estoy haciendo, es muy raro ver a una muchacha caminando por North Beach la noche del viernes con una bandeja de empanadas en las manos para juntar a unos cuantos viejos y brindárselas en un Café.
judío bohemio
StuartVranace, Carla, Henri , Mark Con las manos en la masa...