SF desde las nubes.Miércoles, 1 de julio de 2009
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Kitu- Houston - San Francisco. Se acerca la hora cero. Maletas incompletas. Ojos abiertos. Despedidas a media noche. Memo me acompaña hasta mi casa, me ayuda a cargar las bolsas llenas de alpargatas, de sombreros, de llaveros hechos de cabuya, artesanías que venderé en EE.UU. pues seré la única poeta del Festival que no venderá libros sino artesanías: plumas, semillas, pinturas, la extensión de las manos de mis artesanos.
You know, el jodido dinero que se necesita.
How much is this? How much is that? And that. And that. And that. And that. You know: revivir
-vivir-sobrevivir. Cierro con cuidado la botella de chaguarmishque que Memo fermentó con miel para mí por un buen tiempo... y al final un fuerte abrazo y su "guaguita linda, te vas con toda la fuerza". Mi madre también viajará a la madrugada, pero se irá a Europa con mi tía y mis dos primos. Estos últimos días hemos estado un poco tensas por el tiempo, por las palabras mal entendidas en un momento de apuro, por eso es bueno, es muy bueno que esta madrugada ella tampoco duerma, pues entre el silencio y las maletas abiertas ella y yo sonreímos, tercas como siempre. Es una madrugada muy fría en Kitu. Cuántas cosas me estaré olvidando entre estas sábanas, entre los cajones repletos de recuerdos, recuerdos que a mi regreso tendrán que apretarse porque habrá mucho más que guardar. Cali-fornia. Cali - yuga. Allá voy.

Aereopuerto de Houston- Texas
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Por andar escribiendo entre los pasillos mis dos maletas quedaron botadas en la sala de equipaje. Todos los pasajeros ya se habían marchado. Sólo mis dos maletas negras quedaron en la sala. Solas pero tranquilas, saben que su dueña a veces tarda pero nunca olvida. Entro al baño. Las gringas también lo hacen, pero tan a su manera, tan a la americana, tan de prisa y casi casi con los ojos vacíos. La gente voltea a mi paso, supongo que no es tan común ver una mujer con una flor hecha de plumas sobre su pecho, ni usando aretes de colores de arcoiris que otros pensaban muertos. Entro al baño para arreglar mi cabello y las ojeras, pero a quién engaño, el cabello puedo subirlo, bajarlo, alisarlo, rizarlo, pero las ojeras, las ojeras aunque duerma se me camuflarán muy bien entre mis párpados como dos niños huérfanos. No hay lío. Me sientan bien las ojeras, arrastro muchas noches en vela, muchos pensamientos, mucha melancolía maquillándome la cara. Pero soy feliz. Ahora.

Llego a SF como llegué a Roma hace unos meses: descaradamente insomne. Cansada pero contenta. Hambrienta de historias. Despiertita de corazón. Ni bien salgo del aereopuerto nuevos personajes se me aparecen como revelaciones de mis propias profecías. Todos van llenando espacio en mi nuevo cuaderno de viajes, mi nuevo diario, una libreta azul que voy forrando en el camino. Personajes, personajes, personajes. Los encuentro maravillosos, pero quizá sea como Alicia me dijo alguna noche en Valencia: lo que ocurre es que pueden ser especiales pero tú con tus historias, con tu forma de describirlos, los haces más especiales aún. No sé si los hago más especiales o no, pero de lo que estoy segura es que cuando escribo sobre ellos todo se vuelve más intenso, y la intensidad forma parte de mi vida. Lo lineal lo quiero fuera; afuera, afuerita, fuera. Por eso sé que no puedo quejarme cuando algo se me da y se me quita. a-b-r-u-p-t-a-m-e-n-t-e- Es como una condición, una regla del juego. Así empieza esta segunda parte, la continuación de ese viaje interminable. Bienvenidos sean entonces los que generosamente se entregan a mi pluma. Esto apenas comienza y tres ya me han contado su vida: el señor que trabaja afuera del aereopuerto y que me acompañó hasta la Van en la que me iría hasta casa de Jack y Aggie en North Beach, el jugador de fútbol de un famoso equipo y las mujeres que hablaban maya y que se pelearon con el chino antes de que me enseñaran algunas frases en su lengua. Ah, la vida, la vida, el más grande de todos los viajes. Ya lo dijo Pessoa: “Para mí, la vida es como una posada del camino, donde debo demorarme hasta que llegue la diligencia del abismo. Ignoro dónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esa posada como una prisión, pues estoy obligado a aguardar en ella; podría considerarla un sitio propicio para la sociabilidad, porque en ella me encuentro con otros. (...) Me siento a la puerta y embebo mis ojos y oídos en los colores y sonidos del paisaje, y canto lento, para mí solo, vagos cantos que compongo mientras espero. Sobre todos caerá la noche y arribará la diligencia. Disfruto de la brisa que me dan y del alma que me dieron para ello, y no pregunto más, ni busco”.
Jack and Aggie (and shunghita) house

Jack y Aggie viven en otro lugar, mejor que el anterior, en pleno corazón de North Beach. En la Union St, entre Mason y Taylor. Apenas llegaron de Italia tuvieron que mudarse de un día a otro porque el tipo que les alquilaba la casa en Broadway les desalojó de un día para otro. El dueño ahora administra Specs, uno de los bares que solía frecuentar. Llego y Aggie me recibe como si el tiempo no hubiese pasado, con un Ciao Bella en su marcado acento británico y diciéndome "bienvenida a casa". Luego de dejar las maletas, salimos voladas. Aggie me dice que iremos a Vesuvio, aquel bar en el que también escribí unos cuantos poemas la otra vez, uno de los que en su momento fuese el favorito de Jack Kerouac, y en el que tantas noches visité con Mark. Aggie me explica que a partir del incidente con el administrador de Specs todos se reúnen en Vesuvio los miércoles a las 19h30. Me dice además que hoy celebraremos el cumpleaños de Neeli. Entonces antes de cerrar la puerta corro hacia mi maleta y sacó un cuadrito pequeño, es una pintura de Tigua que quiero regalársela, hecha por María una mujer indígena de Cotopaxi. Subimos en un taxi y de inmediato reconozco mi barrio: North Beach. Coño, me entra una emoción profunda. Pienso en Mark al pasar por la calle Vallejo, y como si adivinara mis pensamientos Aggie me pregunta por él. Le digo que como no tengo celular no pudimos hablar antes de venir, que sólo le alcancé a decir por mail que llegaba a las 6 de la tarde. Y él me dijo que estaría trabajando, pues yo le avisé que regresaba el primero de julio faltando apenas un día y medio. Así que ninguno de los dos tenía un punto de referencia donde encontrarnos ni un teléfono al que comunicarnos ni ni ni...en ese preciso instante llegamos a Vesuvio y como la invocación de una maga hago que aparezca mi hombre sobre la vereda. En efecto, en cuestión de segundos y entre tanta gente lo reconozco. Ahí está mi caballo viejo en su uniforme. ÉL filosofo detrás del disfraz. Mi amante. Y como buena poeta loca abro la puerta mientras el taxi sigue en movimiento y sin pensarlo grito: "Hey you, come here! Mark se voltea, me mira y sonríe. Me bajo del auto y una piñata de recuerdos estalla en mi cabeza. Luego viene el abrazo,el abrazo que tanto y tanto he esperado. Y pienso que está bien, está muy bien que nos hayamos encontrado así, sin previo aviso, guiados únicamente por la intuición, por las ganas y el olfato.
Con Mark en Vesuvio. foto by Jack Hirschman
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Mark entra a Vesuvio con nosotras y en el fondo del pasillo ya veo las canas de la mayoría de mis poetas. Desde mi esquina grito:
Lindo! Shungo, carajo! y Jack se levanta, sonríe, me extiende sus brazos. Avanzo y lo abrazo fuerte, muy fuerte. Luego felicito a Neeli por su cumpleaños y le entrego la pintura de Tigua que hizo María, quien no sabe leer ni escribir el alfabeto pero sí los volcanes, al Taita Cotopaxi, por ejemplo, lo pinta cada mañana con sus dedos embarrados de colores. Es un paisaje hermoso el que escogí: motañas, llamas y danzantes. Él se emociona y me agradece en un español agringado pero sentido; y es que Neeli es un amante de nuestro idioma, desde su primer viaje a México algo se le movió por dentro. Alguien me sirve un vino para brindar por el momento. Siguen apareciendo los amigos: Csaba, Jessica, Bobby, Lee, Tony, etc, etc. A todos escucho de a poco. Pero Mark y yo no dejamos de vernos. Ah, nuestros ojos bailan como la primera vez. De rato en rato se me acerca al oído y me dice que estoy cambiada, físicamente más madura. Él toma en seguida mi cámara y saca fotos como en los viejos tiempos. Todo vuelve a tomar su rumbo, bellas paradojas del camino. Cantamos el cumpleaños feliz a Neeli. Y luego viene la comida. Pero yo me alimento del jazz que sale de los parlantes entre fotografías de Baudelaire y Janis Joplin. Arrimado en la pared está el policía más querido por artistas y locos. Y más allás está sentado el comunista, ofreciendo dulces como si fuesen poemas o sonrisas. Y en medio de los dos ésta niña que también le ha tocado aprender de versos y de balas.

Con Neeli y Jack
Neeli, Carla, Tony
Bobby (poeta que me presentará en el Festival) y Csaba Polony (editor de la revista Left Curve donde publiqué mi poema de Sarah Kane)
Jack Hirschman
Al final de la noche unos se despiden y otros se quedan. Yo saco de mi abrigo el número de teléfono que Mark me escribió en un papelito por la tarde. Sé que aún sigue trabajando, pero cuando lo llamo me dice que podríamos vernos un rato. Es tarde, el Caffe Trieste ya está cerrado, así que avanzo hasta la Estación Central. La niebla desciende y el viento sopla más fuerte. De la sombra aparece el oficial. Mientras se acerca me viene a la mente una mezcla de los lugares por los que anduve estos meses. No puedo creer que por fin vuelvo a tenerlo. Está ahí. Caminando frente a mí. Y yo tengo miedo de las omisiones. Como diría Gardel "tengo miedo del encuentro/ con el pasado que vuelve/ a enfrentarse con mi vida...Tengo miedo de las noches/ Que pobladas de recuerdos/ Encadenan mi soñar.../Pero el viajero que huye/ Tarde o temprano detiene su andar... Hoy esta viajera se detiene en esta ciudad donde la niebla le susurra palabras obsenas y tiernas en las voces sin rostros, las voces de la madrugada. Él me besa y el viento ruge como fiera. Hoy empiezo la labor de parto para expulsarme de la matriz de mis dudas. Hoy saludo a San Francisco lanzándome al vacío. Girando en la rueda de mi destino. Again.