Pero dejando por un momento lo académico, pienso en aquello que me he visto obligada a dejar por ahora debido a la falta de tiempo, tiempo para mis incontables pendientes, y para mis placeres más importantes... entre ellos la danza.
Ya llevo varias semanas en las que no he podido asistir a los ensayos ni a las reuniones del grupo, y es lógico, siento que algo muy importante me falta. En fin, seguiré trabajando fuerte y desvelando como últimamente ya se me ha hecho costumbre (sí, ya sé que la presión me la busqué yo misma por no distribuir mejor mi tiempo desde el principio). Pero bueno, a propósito de todos estos pensamientos cruzados me acordé de un fragmento del fabuloso bailarín y coreógrafo francés Gigí Caciuleanu en el que describe de una manera tan precisa una de las tantas sensaciones que experimento cuando bailo:
“Cuántas veces bailando, en momentos en que la coreografía y su interpretación eran estrictamente estructuradas y programadas, no he sentido ganas de recurrir a la locura devastadora y hacer como si todo estallara... Y cuántas veces bailando, en momentos de plena locura, no he sentido la necesidad casi orgánica de tener la seguridad de una estructura... Locura y estructura, poesía y gramática, inconsciencia y cálculo, delirio y lucidez, una geometría del sueño o un sueño (sometido al rigor) matemático... La verdad no se encuentra entre las dos, sino en las dos... En mi danza, ni la locura ni la estructura pueden existir solas, sino que en permanente cohabitación y combate... Estructura detrás de la locura”.