jueves, agosto 08, 2013

Rodrigo Fresán - El lector que escribe





- En más de una ocasión te has definido como un «lector que escribe». Es una frase que me gusta mucho, puesto que pone la lectura al nivel de una experiencia vital, de algo cotidiano. Como tendría que ser, a fin de cuentas.

Así es. Leo, luego escribo. Y, cuando escribes, no haces otra cosa que leer, que leerte. El acto de la escritura ya es la transcripción más lenta de letras que aparecieron en tu cabeza, como en una forma de auto-dictado de palabras flotando en algún cielo secreto. Curiosamente, cada vez hay más escritores que no leen o que no hablan acerca de lo que leen prefiriendo reservarse casi exclusivamente para la discusión de su propia obra. Misterio… A mí, cada vez me gusta más leer y, casi a punto del medio siglo de edad, ya comienza a inquietarme mucho la idea de que no llegaré a leer todo lo que querría leer y que, seguro, se me escapará un libro fundamental y decisivo para mi faceta como escritor y lector. Ese libro. Me consuelo de ese espanto optando por una maniobra de camino secundario pero iluminador: la relectura. Volver a aquello que te gustó mucho en tu adolescencia y que ahora redescubres con nuevas herramientas y poderes. Lo último fue El retrato de una dama, de Henry James –acompañado del formidable y reciente ensayo de Michael Gorra sobre esta novela, The Portrait of a Novel: The Making of an American Masterpiece– que me deslumbró no como si fuese la primera vez sino como la versión acabada de algo, mi primer acercamiento a Isabel Archer que, lo comprendí ahora, no había sido más que un estudio preliminar. Un boceto. William Maxwell –escritor y editor de Cheever, Nabokov y Updike, este último tal vez el escritor más lector de los últimos tiempos– llegó a nonagenario y, perfectamente lúcido, solía decir que no le importaba envejecer porque desde ese sitio podía apreciar toda su vida como si se tratara de una casa y «comprender que cada hombre es su propio arquitecto». Pero agregaba: «No me importa morir, aunque encuentro insoportable la idea de que, cuando la gente se muere, ya no pueda leer libros». Hasta donde sé ninguna religión –salvo el Borgismo, que está por fundarse y al que me afiliaria y donaría mi alma sin dudarlo– promete el paraíso de una biblioteca al otro lado de todas las cosas.

Para leer la entrevista completa en la Revista Buensalvaje pisar firme aquí