- En
más de una ocasión te has definido como un «lector que escribe». Es una frase
que me gusta mucho, puesto que pone la lectura al nivel de una experiencia
vital, de algo cotidiano. Como tendría que ser, a fin de cuentas.
Así
es. Leo, luego escribo. Y, cuando escribes, no haces otra cosa que leer, que
leerte. El acto de la escritura ya es la transcripción más lenta de letras que
aparecieron en tu cabeza, como en una forma de auto-dictado de palabras
flotando en algún cielo secreto. Curiosamente, cada vez hay más escritores que
no leen o que no hablan acerca de lo que leen prefiriendo reservarse casi
exclusivamente para la discusión de su propia obra. Misterio… A mí, cada vez me
gusta más leer y, casi a punto del medio siglo de edad, ya comienza a
inquietarme mucho la idea de que no llegaré a leer todo lo que querría leer y
que, seguro, se me escapará un libro fundamental y decisivo para mi faceta como
escritor y lector. Ese libro. Me consuelo de ese espanto optando por una
maniobra de camino secundario pero iluminador: la relectura. Volver a aquello
que te gustó mucho en tu adolescencia y que ahora redescubres con nuevas
herramientas y poderes. Lo último fue El retrato de una dama, de Henry James –acompañado
del formidable y reciente ensayo de Michael Gorra sobre esta novela, The
Portrait of a Novel: The Making of an American Masterpiece– que me deslumbró no
como si fuese la primera vez sino como la versión acabada de algo, mi primer
acercamiento a Isabel Archer que, lo comprendí ahora, no había sido más que un
estudio preliminar. Un boceto. William Maxwell –escritor y editor de Cheever,
Nabokov y Updike, este último tal vez el escritor más lector de los últimos
tiempos– llegó a nonagenario y, perfectamente lúcido, solía decir que no le
importaba envejecer porque desde ese sitio podía apreciar toda su vida como si
se tratara de una casa y «comprender que cada hombre es su propio arquitecto».
Pero agregaba: «No me importa morir, aunque encuentro insoportable la idea de
que, cuando la gente se muere, ya no pueda leer libros». Hasta donde sé ninguna
religión –salvo el Borgismo, que está por fundarse y al que me afiliaria y
donaría mi alma sin dudarlo– promete el paraíso de una biblioteca al otro lado
de todas las cosas.
Para leer la entrevista completa en la Revista Buensalvaje pisar firme aquí