Diego es de Atacames. 22 años de edad. Alquila carpas, sillas y tablas frente al mar. Nunca ha salido de su pueblo, pero la próxima semana viajará a la selva. Irá con su hermana y su cuñado. Ellos le pagarán el transporte y la estadía, él cubrirá su alimentación. Irán en bus y les tomará muchas horas llegar a Morona Santiago, al sur de la Amazonía. Diego dice que hace mucho no se sentía tan feliz.
Acabó el colegio y tenía chance de ir a la universidad, pero no le admitieron por no tener el carnet de servicio militar. La única forma era pagando 50 dólares, pero en ese entonces le resultaba imposible conseguirlos. Casa y comida para él y su familia eran prioridad.
Ahora alquila sillas y tabla de surfear en una de las carpas de la playa. El negocio no es suyo, pero aún así gana bien, dice. Sin embargo él está ahorrando para montar su propio negocio de alquiler de sillas. "Me gusta la música y unas cervecitas, pero ya he bajado las fiestas porque ya hice números y si gasto no me va alcanzar para mi futuro negocio."Diego tiene un radio de pilas donde escucha sus canciones favoritas todo el día.
Lo bello de ir a una playa en temporada baja es no encontrar a nadie. A nadie más que la gente misma del pueblo, lo que lo hace realmente agradable. Me gusta conversar con lo lugareños, gente sencilla y generosa. Diego me cuenta que en temporada alta las sillas duplican y cuestan dos o tres veces más. Ahora no hay nadie y como le caí bien, dice, me la alquila a 1 dólar y medio para todo el día. Agarro mi libro y decido olvidarme del tiempo hasta que mi estómago reclame algo de comer.
Le pregunto si Diego se aburre de su trabajo y dice que no. Que más bien cuando hay exceso de gente él se desespera y quiere migrar a otra playa cercana, una menos conocida. "Es cuando la playa se queda vacía que uno puede escuchar el sonido del mar. Me gusta cuando la tengo sólo para mí, puedo entrar y salir del agua cuando me plazca. Hay un código común entre la gente que nació entre la arena y el agua".