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Esta noche será la NOCHE. Poesía en los Bares III: Ellas, recital organizado por el Kebran en la Taberna O´Conell, en Illescas, Toledo. Recuerdo que hace algunos meses él me invitó a participar. Qué lejanos resultaban entonces Ecuador y España, qué infinito el océano Atlántico. Y pensar que ahora estoy aquí, en Punta Umbría, y que en pocos minutos saldré hacia Huelva y luego viajaré a Madrid, cuatro horas por tren. Allá me recogerán José Ángel Barrueco, Marta y Mario Crespo, viejos camaradas del escondite Shandy, escondite que por ahora ha dejado de serlo, pues hemos salido a re-conocernos afuera de la cueva. Luego seguiremos en el auto de M. al pueblito donde habitan los Creaturas. Me alegra saber que conoceré a Lucía Boscá, Déborah Vukusic y Leticia Vera, tres de las siete poetas que incluye el cartel, y con las que de una u otra forma he tenido alguna aproximación. Ana Pérez Cañamares no podrá asistir. Me hubiese encantado conocerla esta noche. Me gusta lo poco que he podido leer de su trabajo. Ella es otra de las que dejó su huella en la primera página de la antología RESACA/ HANKOVER que me envió el Kebran antes de iniciar esta aventura por América y Europa. Todo ha sido un círculo de encuentros y co-incidencias. Ana me escribió un mail hace poco diciéndome que estará fuera de casa, pero que espera nos encontremos en Madrid un día de estos, me encantaría.
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Hasta ahora el sur me ha gustado mucho. Andalucía tiene una cadencia que acompaña risas y cantos. Aquí, hasta las penas son canciones. Andalucía es roja. Así como el flamenco, rojo por excelencia. Rojo los ojos de Camarón de la Isla cantando con la cabeza en alto. Siento su quejío rojo en la Nana del caballo grande. Rojo el atardecer de Punta, rojo el vino y el jamón curado, rojo el río Tinto y mi sangre hirviendo camino a Sevilla. Pero ahora emprendo mi ruta hacia el norte. Voy camino a Illescas, un pueblito imaginado durante muchos meses. El siguiente destino ya lo dirá el tiempo y las circunstancias y los amigos y los profetas que llevo en el pecho. Por ahora a Illescas. Ya todos los regalos los he puesto en mi maleta. Y mis poemas sueltos, en hojas arrugadas, los guardé en el bolso que acompaña mi hombro desde San Francisco, con la foto de Mark incluída.
Será un día con más horas que de costumbre. ¿Cuántos rostros esculpirán hoy mis pupilas? ¿Cuántos nombres llenarán mi diario? Mi sangre fue roja en el sur… ¿de qué color será en Illescas?
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Antes de salir a Huelva le entrego a Uberto algunos detalles que le traje desde el otro lado del charco. Entre ellos la postal de la City Ligths Bookstore con unas cuantas palabras escritas por Jack y por mí. Es casi nada frente a todo lo que ha hecho por mí; su amistad, su confianza, su sonrisa siempre sincera. Todo parecía ir muy bien, sin embargo, no sé en qué momento el tiempo se aceleró. Bueno, sí, he de aceptarlo, tengo un problema con el tiempo. Quizá sea porque no tengo reloj. Veo el rostro de Uberto y está evidentemente preocupado, casi casi molesto. Termino de guardar mis cosas y salimos volados de Punta Umbría hacia la estación de Renfe, en Huelva. Uberto se estresa, dice que estamos contra el tiempo, qué esto no puede ser. Yo le digo que acelere, él me responde que no somos los únicos en la calle. Y es cierto. Después de todo está preocupado por que no pierda el tren y mueva todo el itinerario mío y el de los chicos que me esperarán en Madrid. Coño, es uno de esos días en los que parece que el tránsito se ensaña y entonces resulta casi imposible rebasar o acelerar. Finalmente llegamos. Uberto -ya más tranquilo- me entrega una botella de Tequila. Para los amigos de Hankover –me dice-, y yo le doy un gracias como si fuese un regalo personal, sintiendo desde ya el calorcito de José Cuervo en mi garganta (ese calorcito que me hace invocar la presencia de doña Chavela). Me embarco y enseguida arranca el tren. Me voy peinando en el camino con mi cabeza todavía helada (no hubo agua caliente durante el baño). Una señora me observa desde el reflejo de un vidrio. Mira con atención. Voy tejiendo mi trenza y enrollando mi guango. Por unos segundos me quedo inmóvil, todo el ajetreo de hace un rato me dejó exhausta. Ya más relajada saco de mi bolso el poemario de Jim Morrison que Uberto me regaló el otro día. Señores y Nuevas Criaturas. No podré hacerlo por mucho tiempo pues debo acabar de calificar los relatos del concurso. Hasta el momento no hay ningún trabajo que me convenza del todo. Ninguno que en realidad me sorprenda o que considere que está muy muy bien narrado. Hay buenos intentos, disparos al aire, pero ninguna bala me ha alcanzado hasta ahora. Hace calor. Jim Morrison me dice que Todos los juegos contienen la idea de la muerte. Sonrío con el rictus de la complicidad. Cierro el libro. Reviso si todo está bien al interior del bolso: la botella de Tequila, mis poemas, mi cuaderno verde. Todo está en orden. Dos niños corretean por el pasillo del vagón. Dos niños juegan a perseguirse. El juego acabará cuando el uno haya atrapado al otro. Entonces volverán a empezar. Partirán desde un nuevo lugar y jugarán a perseguirse. Parecen no cansarse. Pienso en todos los que viajamos en este tren. Todos somos niños-grandes que pasamos de una u otra forma jugando a las escondidas, a las perseguidas, a las cogidas. Todos esperamos coger y ser cogidos para concluir el juego, para morir en el juego, hasta que nuevamente alguien venga y nos haga sentir que el juego arranca desde cero, entonces empezamos otra vez a perseguir y a ser perseguidos. Y así nos pasamos jugando en los pasillos de la vida. Saltando en los vagones de nuestros años. Seduciendo y esquivando a la muerte.
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Llego a la estación de Atocha en Madrid. Desde adentro ya puedo ver a JAB, a Marta y a Mario esperando en la puerta. Saludamos con las sonrisas amplias. Me dicen que debemos a esperar al “Carras”, un amigo de Zamora que también nos acompañará a Illescas. Pedimos cervezas que saben a gloria en nuestras bocas secas. Madrid está caliente, muy caliente para ser otoño. Llega el Carras. Mis ojos saltan al ver lo que lleva entre sus manos: un libro de viajes. Tiene buena pinta la portada y la reseña. Buena carta de presentación. Y buena gente el Carras, sangre liviana. Terminamos las cervezas y continuamos a Illescas. Les pregunto a los chicos si conocen el Bar O´Conell, y me dicen que no, que de hecho es la primera vez que irán al pueblo del Kebran. Yo me sorprendo. Será una primera vez colectiva, eso lo hace más emocionante. JAB coloca un disco de Bunbury y yo empiezo a registrar en mi cabeza los letreros que voy leyendo en el camino. Todos en el auto son zamoranos, menos yo. Pero me gusta que me hablen de Zamora, de sus años de colegio, de los "motes” (apodos) con los que casi han reemplazado su nombres: Carras, Wino, Zorro, Kankel….en fin. La tarde es preciosa y la noche promete. Sabemos que poetas y acompañantes están todavía almorzando, seguramente llegaremos al postre. Nuevamente me viene a la mente los ojos limpios del Kebran, los dedos fuertes de David, las sonrisas de Vic y Vuk, y los amigos que aún no saben que lo serán.
Con el Carras
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Entrar esta vez es salir. Primer pie adentro y a romper el cascarón. Ya no hay telas invisibles que separen nuestras pieles, olores, gestos. Veo una hilera de gente comiendo. Pero la primera imagen que retengo es la de David, David González. Ese que reventó los pies de Goliat en tierras del mismísimo gigante (el gigante es el conjunto de todas las bestias inflables, carroña de envidia, bombas de tiempo, de aire, de nada). David no espera a que me acerque, él se levanta. Entonces todo se vuelve lento, como si quisiéramos congelar el abrazo que se aproxima. Es un boxeador, no cabe duda. Yo también sé de puños… y David los tiene siempre listos. Intento verle los callos invisibles que lleva detrás de sus anillos. Son muchos. El boxeador lleva llagas, hermosas y saludables llagas en la palma de su mano (señal de que terminó el poema). Peligro. La fuerza de su sonrisa puede revertirse y borrarse con la misma furia (yo también se de sonrisas y furia y callos en las manos).
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Vicente Munoz Álvarez, Vicente, Vic, my dear V., metralleta humana (espejo). Nuestras sonrisas son perversamente puras, y eso ya es motivo suficiente para estar absueltos de todo pecado. V. tiene los ojos verdes, y no todo mundo puede darse el lujo de llevarlos así. Descaradamente verdes. El verde implica mucha responsabilidad, es estar conciente de que se anda con las pupilas semidesnudas, con la mirada lanzada al aire. Cuánta ilusión poder escucharle decir: Hey, trenzas, finalmente nos encontramos a mitad del camino.

Adentro de la taberna todo está oscuro. Sigo hablando con gente que se me acerca de rato en rato. Isabel, una de las poetas, me dice que está feliz de conocerme, no sé si seguía el blog, pero en todo caso me pareció una chica muy dulce y su bienvenida un buen detalle. Pude decirle a Leti Vera que me encantan sus ilustraciones, que suelo entrar a su basurero de tinta a mancharme con esas mujeres chorreadas y decadentes. A Dioni lo había visto por fotos, pero bastó ver las actitudes que tenía con sus amigos, su compañera, su gente, para que me cayera muy bien. Javier Das y Marcus Versus, tipazos. No les conocía a ninguno de los dos, y paradójicamente fueron con los que quizá más conversé esa noche. Ya que dado que se trata de una taberna, todo el mundo va y viene, entre bebidas, risas, música y gente… Javier y Marcus son dos poetas con los que no quisiera perder el contacto. Lucía. Luciérnaga, Lu, de aquí para allá, como un ninacuro, como una luz saltarina. Ostras, Carla, es que eres una pasada, tía. Es que eres de puta madre. Y yo, todavía inexperta en el dialecto de los españoles, lleno de tíos, ostias, mogollones, flipas, molas, curras, piras… no entendía un carajo. Pero tampoco hacía falta, porque Lu con sus abrazos (algunos casi llegan a estrangularme) me hizo sentir su cariño y respeto. Lu, que nunca se apague el fuego de tus alas.
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Antes de empezar el recital entregué unos cuantos obsequios (yo también recibí varios, entre ellos el libro El demonio te coma las orejas de David González y Guerra de Identidad de Déborah Vukusic). A Mario Crespo (quien también me ayudó con la cámara) le regalé una zampoña (le gusta la música andina), a JAB una ocarina con la imagen de una mujer indígena y una foto del viejo Buk, tomada por el padre de Neeli, a Vic el chupito de la route 66 y la otra foto de Hank, a David una pipa de chonta y mate inscrita Kitu en el centro, y además unas cuantas palabras de mi tierra (chuta madre le encantó, no paraba de repetirlo), al Kebran una luna pintada en el instrumento donde silbar es más dulce.
JAB, Vicente, Carla, Mario
Con David
Se presentó el librito del Kebran: Satélite de Inhóspito Planeta. Gsús Bonilla y David González leyeron un par de poemas, y expresaron lo que creo es el sentir de todos los que asistimos. El Kebran es el Kebran. Creo que no he conocido una persona que organice eventos, y sobretodo en poesía, con esa entrega y tenacidad y ese único interés por unir voces y amigos. Un evento en su edición número tres, totalmente independiente. El recital lo empezó Deb, luego siguió Laura, Leti, Coché, Lu, Isabel y finalmente esta mujer andina. Y como buena andina, no pude llegar con las manos vacías. Hice la entrega respectiva del tabaquito bendecido que me acompañó en las ceremonias nativas y las semillitas de San Pedro que me dio mi buen Taruka. El tequila lo puse a disposición y nos fuimos de largo. Al terminar, José Ángel (repito: este hombre es de aquellos que no tiene mordazas en la boca y ese fue el motivo para que desde el principio se haya ganado mi admiración y respeto) me hizo muy feliz con su regalo: una edición del periódico en el que JAB es articulista: La Opinión de Zamora. El artículo se titula On the Road, y trata sobre varias facetas mías. Es uno de los artículos que más me ha llegado. Quizá él piense que me gustó y ya está, pero no. Ese artículo me acompañará siempre, porque también es la percepción que José Ángel tiene de mí. JAB es miembro de una de esas tribus en peligro de extinción: la de los hombres íntegros. Yo a él le creo. Su palabra tiene peso.
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Ni tequilas ni cervezas eran suficientes, salimos un buen grupo a comer algo y a seguir brindando. Caminar con Deb fue muy divertido, yo no llevaba nada que me abrigue así que me prestó su chaqueta. Terminamos algunos en un nuevo barcito, ya pocos. Las caritas ya no eran las mismas, jaja. Y poco a poco fueron despareciendo. Al final sólo quedamos Julio, el Kebran, yo, ah… y el cantinero. Estuvimos hasta el cierre del bar, los tres muy lúcidos y satisfechos por cómo salió todo.
Julio, yop, y el cantinero. La foto la hizo el Kebran
Julio me habló de la escuelita en la que trabaja, una escuelita intercultural. Me invitó a visitarla, pero lo malo es que yo saldré muy temprano, quizás hacia Toledo, pero me encantaría. Es hora de partir, entre Julio y yo le hacemos caer en cuenta al Kebran que no se hubiese molestado de reservarme una habitación en el hotel, yo le dije que se hubiese ahorrado eso y que por mí yo me acomodaba en algún rinconcito de su casa. Pero el Kebran, insistió que todas nosotras nos merecíamos lo mejor. Al final lo convencimos, y creo que he sido una de las pocas, poquisisisímas personas que ha entrado en su casa. Nunca olvidaré que a esas horas de la madrugada el Kebran arregló una camita para mí, en su cuarto de huéspedes, al que yo encontré precioso porque donde está el Kebran se respira cariño y entrega.
Él y su perrita desaparecen detrás de la puerta. Yo me quedo como una piedra, rendida de cansancio, pero feliz. Estoy acostada en esta cama que es más cómoda que la de ese hotel en el que sólo queda mi maleta. Cierro los ojos y veo las arterias al interior de mis párpados. Ahora mi sangre es amarilla e Illescas un pedazo de sol atrapado en la madrugada. A dormir, que algún rincón de España me esperará mañana.