miércoles, septiembre 12, 2007

A propósito de los 11-Ss

A los que murieron sin saber por qué
y a los que fueron asesinados por soñar.

Hace exactamente un año -y como ya era costumbre- me desperté muy temprano en la mañana, en el departamento de Sara, en Queens, con la radio sintonizada en alguna estación local de Nueva York. A diferencia de otros días lo que sonaba en el obsoleto aparato no era ningún blues del viejo Muddy Waters que con sus gritos enérgicamente melancólicos me dijera: ¡wake up, baby! another world is waiting for you out there, camuflado en alguna de sus canciones. No. Esa mañana, lo único que podía escuchar eran especiales periodísticos para recordar los cinco años de los atentados terroristas a las torres gemelas y el pentágono. Lo mismo sucedía con la televisión. Las impactantes imágenes -con el zoom en su máximo nivel- se repetían una y otra vez mientras la bandera norteamericana flameba, y familiares de las víctimas completaban las trágicas escenas. En los parques se entregaban gratis miles de ejemplares de periódicos con portadas de Osama Bin Laden, como el asesino que próximamente volverá, y de George W. Bush con una expresión de confianza, similar a la de un superhéroe norteamericano, la de un superman con el que todos estarán a salvo. Era como ver la cartelera de alguna película de acción holywoodense. "Estamos yendo por buen camino, pagarán los que tengan que pagar. No descansaré hasta lograrlo." Desde luego, un buen camino para nada bueno, porque en el mismo instante en el que Bush pronunciaba esas palabras, al otro lado, en Medio Oriente, la cifra de muertos por causa de la guerra, aumentaba; y la muerte se repetía una y otra vez, de la misma forma en que las imágenes del 11-S se repetían en el televisor, con la diferencia que las de Baghdad no se mostraban en el noticiero matutino de la CNN, y de hacerlo, apenas eran intermitencias, destellos efímeros, no más.

Decidí visitar la zona cero, a pesar de las múltiples advertencias y consejos de prudencia que venían de familiares y amigos. Necesitaba evidenciar lo que se estaba viviendo justo ahí. Por lo menos eso quería verlo con mis propios ojos, y no que un presentador con sonrisa de Mel Gibson prefabricada me contara la "realidad". Quería caminar por el lugar de los hechos, tomarme mi tiempo, hablar con la gente, sacar mis propias conclusiones. Apagué el televisor, la radio, y guardé mi filmadora y cámara de fotos en la mochila. En la mano, únicamente mi libreta de apuntes. Antes de cerrar la puerta, me acerqué a la ventana y comprobé que afuera hacía un buen día, entonces, tarareando al viejo Waters, salí.
La ciudad exhalaba miedo

Calles, restaurantes, edificios, autos, cualquier lugar podría ser un buen sitio para cometer un crimen -dijo alguien-. No, cualquiera no -pensé- los sitios toman vida por lo que simbolizan, y de la misma forma han de morir. Ingresé al subway. Todos se veían azules. No había mucha gente, lo que resultaba muy extraño tratándose del subterráneo de la que es considerada capital del mundo, pero mayor fue mi sorpresa al llegar a la línea Q, la que lleva a la zona financiera de la Gran Manzana. Éramos poquísimos, casi nadie, los que esperábamos el metro. Ya adentro, nadie conversaba, y el tiempo entre una parada y otra era abismal. Aun así, todo eso era tolerable, digo, el pánico que destilaban los cuerpos sudorosos de los pasajeros, el silencio, la paranoia, todo, pero de golpe el metro se detuvo, y no precisamente en una de las paradas. Por las ventanas se observaba cemento, y se apagaron las luces. Sólo se escuchó la voz del chofer para informarnos sobre un pequeño problema, por el que tendríamos que esperar ahí por un tiempo más. ¡Ah, carajo! -dije- y sentí que la sangre se me heló. Recordé los atentados anteriores, como el de Madrid, que ocurrieron justamente en un metro. Las ideas me pasaban en caliente por mi cabeza. En qué momento estalla, en qué momento estalla, hasta que después de nosecuantotiempo las luces se volvieron a encender y el jodido metro arrancó. El pequeño problema tomó casi media hora, y nunca nadie supo lo que en verdad pasó.

Ya en el WTC, habían grupos de personas con todo tipo de mensajes, desde familiares de las víctimas, organizaciones pro-bush, organizaciones anti-bush, polícias, bomberos y paramédicos, pintores, cantantes y locos, los infaltables mensajeros de la palabra de Dios, y, como siempre, la prensa.

¿De donde salió toda esa gente? No lo sé. El punto es que era increíble ver cómo se iba aglutinando para expresar su terror al terrorismo, y en otros casos -con los que sí compaginaba- les dolía la pérdida de tanta gente inocente; sin embargo, por esa misma razón no justificaban ningun acto terrorista, incluyendo el que su presidente había comenzado en Irak, varios años atrás.

Recordar, pérdidas, suicidios, amor, dolor, terrorismo, combartir, heroismo, "estamos buscándolo",
centro económico, Bush, Irak, terrorismo, Bin Laden,
inocentes, medio oriente,---petróleo---, niños,muerte, mass media, recordar, culpables, fe,
patriotismo, miedo, seguridad, ejército,
estrellas, infantilismo, símbolos, orgullo, bandera, humillación.
fundamentalismo, islam, cristianismo, occidente, paz, oriente, hermanos
Investigar, despertar, cuestionar, actuar,

El enemigo está adentro

A lo largo del día, aparecían nuevas voces que revelaban más datos con respecto al tema. Entre ellas, truthmove.org, una organización cuyos integrantes, quienes lucían unas camisetas negras en las que se leía: Ask questions, demand answers (Haz preguntas, demanda respuestas) o Investigate 9-11 (Investiguen el 9-11), distribuían una serie de documentos interesantes en los que aseguraban que el 9-11 was a inside job, es decir, que el trabajo sucio se había hecho en casa, y que todo había estado previamente maquinado. Aducían que el gobierno sabía que esa sería la excusa perfecta e irrefutable para sus ataques en Medio Oriente. Suena terrible, lo sé. ¿Pruebas? documentos detallados, imágenes, estudios y documentales, en los que prestigiosos investigadores, académicos y expertos en física analizan minuciosamente la caída de las torres, y entre muchos de los resultados se explica que uno de los edificios de la zona se había derrumbado poquísimo antes de que uno de los aviones se estrellara, y que al interior se encontraron restos de explosivos.

En fín, en medio de todo eso -y de tanta bandera yankee- un retrato de un hombre delgado, calvo y sereno se levantó, o mejor dicho, fue levantado por dos jóvenes que venían de Boston. Era el retrato de Gandhi, quien también un 11 de septiembre, hace 100 años, había iniciado con su movimiento de No Violencia. Uno de los chicos dijo: "Deseamos transformar el 9-11 en un mensaje de esperanza. Nosotros queremos recordar a la gente que incluso después de que la violencia ocurra, hay un mundo de posibilidades: no hacer nada o vengarse con más violencia no pueden ser las únicas opciones posibles. Nunca olvidaremos lo que ocurrió el 11 de Septiembre de 2001, pero tenemos la oportunidad de responder de manera que también honre el 11 de Septiembre de 1906. La violencia requiere una respuesta que tenga en cuenta las raíces del conflicto y ofrezca justicia para todos...sin más violencia.

A pocos metros de ahí, otro grupo de jóvenes comenzaba una especie de perfomance, "recordemos también el otro 11-S" -decían- y por ahí se leía ¡Allende, presente! Eran pocos, pero eran, y lo más importante es que esos pocos lograron que otros muchos se detengan por un momento y recuerden, reflexionen o -en el peor de los casos- se enteren de que hace treinta y tres años, en un país llamado Chile, también se atacaron unas torres, unas intangibles, las torres de la ilusión socialista, y que también hubo torturas, torturas por soñar, torturas concientes que duraron muchos años, y que esas muertes inocentes estuvieron apoyadas por el gobierno de su país.
Me senté en la vereda de la calle principal y observé como dos pilares de luces azules se iluminaban hasta el cielo, y por un momento me sentí tranquila porque al menos ese instante gran parte de esa gente que caminaba apurada y tan ensimismada pensó que en otro lado, más allá de su país, más allá de sus tan resguardadas fronteras, en otro 11 de septiembre, alguien también perdió la vida, y que por ese anónimo ...también alguien lloró.

Texto y fotos: Carla Badillo C.

Textos recomendados:

El espíritu del terrorismo. Por Jean Baudrillard

La violencia de lo Global. Por Jean Baudrillard

Represalia. Por Howard Zin

El fin del neoliberalismo. Por Ulrich Beck

Breve entrevista a Noam Chomsky

Y si tienen estómago:

La rabia y el orgullo. Por Oriana Fallaci (las 3 polémicas entregas publicadas por El Mundo)

Reacciones a favor y en contra sobre el editorial de Fallaci

miércoles, septiembre 05, 2007

Volver a la danza: De Tchaikovski, velos y san juanes

Tenía tres años y medio cuando mis padres me inscribieron en una academia de ballet clásico. Era muy pequeña como para poder hoy recordar cómo fue ese primer día en que mis pies comenzaron a arquearse y mis brazos a estirarse como nunca antes lo habían hecho. No lo recuerdo, pero es una de las cosas que más les agradezco. El iniciarme desde muy pequeña en la danza significó despertar frente a la sensibilidad del cuerpo y descubrir la infinidad de mensajes que este puede transmitir a través de la danza. Sorell no se equivocaba al decir que el baile es escultura en movimiento. Es así, es la sutileza de un giro ingenuo para después estallar en el aire en el momento justo en que también estalla la música. Mente-música, cuerpo-música, mente-cuerpo, música-música...dejar de pensar para sólo sentir, sentir la música que se apodera del cuerpo, un cuerpo que se vuelve liviano y que sabe que está listo para volar.

Arriba: en la obra "La Cenicienta" (Prokofiev)

Abajo: bailando "La Tarantela" (Beetovhen)

No, no exagero, alguna vez Jean Cocteau en el estreno de el "Espectro de la rosa" (1911) dijo -refiriéndose a Nijinsky, uno de los grandes de la danza clásica -sino el más-: ejecutaba un salto tan contrario a las leyes de la gravedad, describiendo una trayectoria tan elevada que yo nunca volveré a oler una rosa sin que el espectro aparezca. Y Tamara Karsavina, su compañera de baile, dijo alguna vez: Alguien le preguntó a Nijinsky si era difícil saltar como él lo hacía. Él no entendió bien al principio y entonces, inocentemente, dijo: No, no. No es difícil. Lo único que se necesita es subir y pararse un rato arriba.... a eso me refiero.
El ballet clásico me acompañó durante toda mi infancia, mi niñez y parte de mi adolescencia. Llegué a bailar en escenarios de teatros como el Sucre, el Bolivar y el ya desaparecido Cápitol. Tenía como maestra y coreógrafa a Sabina, una alemana que pasaba los 60 años, de aspecto imponente y de voz estruendosa. Aún recuerdo entre las múltiples presentaciones algunas de mis favoritas: El Lago de los Cisnes y Cascanueces, con la música de Pyotr Ilyich Tchaikovsky; La Cenicienta, con música de Sergei Prokofiev, y El Danubio azul y El Vals del Emperador de Johan Strauss.

En mis zapatillas de punta,

al lado mi hermana, quien también empezó a bailar.

Del tutú a los velos


"Hija de Príncipes,
qué graciosos son tus pasos con esa sandalias,
la curva de tus caderas es un collar hecho por mano de artistas,
tu ombligo es un cántaro donde no falta el vino con especias.
Tu vientre es como una pila de trigo".

Un día tuve que separarme de la danza clásica, y siempre me quedó una especie de vacío. Muchos años después, quise regresar, pero en aquella ocasión me sentí atraída por una de las más enigmáticas y bellas danzas que existen: la danza árabe. Aunque el tiempo que estuve en esta academia fue mucho más corto que el anterior, sobretodo por cuestión de tiempo -ya estaba en la universidad- me enriquecí de los ritmos orientales, del sonido tan particular de la percusión y del misterio de los velos. Fue otro despertar.

La danza árabe o bellydance es muchísimo más que mover las caderas y los brazos. Es una danza milenaria, de una sensualidad muy sutil. Su origen se remonta a lugares como Egipto, Fenicia, Turquía y Arabia, en dónde las mujeres se reunían en pequeños espacios para danzar y así evocar el poder de las diosas de la fertilidad, generalmente con el vientre descubierto para asimilar la energía del Dios sol Ra, y los pies descalzos para recibir la energía de la madre Tierra. Se podía diferenciar dos tipos de bailarinas: Las Ghawazee o gitanas que bailaban al aire libre o en el campo, y las Awalin que eran muy respetadas, pues además de bailar cantaban y recitaban poesía manteniendo el sentido espiritual de la danza. Con las conquistas esta manifestación artística y cultural de Oriente se extendió hasta la península Ibérica, en dónde se produjo una mezcla cultural que dio origen al flamenco.

El grupo con el que aprendí era el grupo oficial de la embajada de Egipto, en Quitu. Sonia, mi profesora, desmitificaba aquello de que para el bellydance se necesita tener una figura delgada. Ella era gordita, sin embargo se movía estupensamente bien realizando cada uno de los centenares de pazos. Aprendí a tocar los crótalos, una especie de castañuelas que dan fuerza al baile, y a utillizar elementos como el velo que, además de simbolizar el viento, representa el misterio que se revela ante el espectador.

De los velos a la fachalina

Tras otro largo tiempo sin bailar decidí regresar a la danza. Y hoy vuelvo a ella, ofreciendo mi cuerpo y mi mente a la que me llena por completo: la danza folklórica. Una danza maravillosa con la que siento una especial pertenencia, la que me da la posibilidad de reencontrarme con mis raíces. En la que no se trata únicamente de colocarse un traje y de mover el cuerpo al compás de un tambor, de una sampoña, de un charango; se trata de revestirse con la piel de nuestros ancestros, de escuchar las voces de los yayas.

Grupo Wallkakuna

Lo interesante es que a pesar de que siempre me gustó nunca había ingresado a ninguna escuela. Un día, mi mamá, otra amante de nuestra música, decidió aprender y comenzó a bailar en la Compañía Nacional de Danza. Luego de un tiempo, su coreógrafo, Bolívar Anchaluisa, y sus compañeras decidieron formar un grupo independiente al que llamaron: Wallkakuna, que en Kichwa significa “collares”. El nombre fue escogido por los integrantes del grupo, al sentirse identificados con la elaboración de un collar. Así, las cuentas (mullus) representan a cada una de las mujeres del grupo, mientras que los hilos y las uniones equivalen a los hombres. En conjunto, las cuentas y los hilos forman una sola wallka y por lo tanto, un equipo de trabajo sólido. La wallka es una de las partes fundamentales en la mayoría de indumentarias indígenas de la sierra y es, además, un adorno que le da el toque sutil y especial a la warmi, la mujer.

Mi mamá colocándose la wallka y Bolívar fajándola.

Hace una mes me integré oficilamente al grupo, y este fin de semana tuve mi primera presentación en el I Encuentro Nacional de Danza folklórica "HUELLAS", organizado por el director del Ballet Folklórico Saruymanda, Darwin Morales. La cita fue el patio cultural del Palacio Arzobispal, en el centro de Quitu. Confieso que estuve muy nerviosa antes de salir al escenario, creo que fue por el tiempo de ensayo -apenas dos semanas-, y como el vestuario es complejo: pesada falda sobre otra falda, blusas, fachalinas, sombreros, pañuelos, etc, me descontrolé. Bolívar se dio cuenta, me tomó del brazo y me dijo: Tranquila, el cuerpo tiene memoria musical, sólo respira y siente la música, disfrútala, entonces sentirás que el cuerpo solito comienza a responder. Y así fue. Salí a bailar sintiendo, bailé cinco coreografías: una bomba, dos san juanes, un fandango y un maldi. Y lo disfruté.

Con el traje típico de una de las comunidades de Otavalo

Mente-música, cuerpo-música, mente-cuerpo, música-música. Hubo un momento en el que únicamente veía colores, luces y a mi madre girando conmigo, entonces bailé con más fuerza que nunca; recordé las muchas tardes en que ella, desde el asiento de la academia de ballet, me observaba bailar de chiquitita, con una paciencia única. Han pasado muchos años y hoy somos las dos las que estamos en el escenario; hoy puedo compartir con ella la pasión que siento por la poesía del cuerpo: la danza.

Yupaichani mamaku. Ñuka taqui, ñuka tushuy, carajo!