lunes, septiembre 09, 2019

Leon Tolstói




A propósito de los 191 años que hoy cumpliría Tolstói, comparto unos fragmentos del libro de Mauricio Wiesenthal: "El viejo León" (Edhasa, 2010), un retrato literario que aborda su genialidad y su proceso creativo. 


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Las correcciones de Tolstói sobre el manuscrito de Ana Karénina dan buen testimonio de su forma meticulosa de trabajar; porque su proceso de creación iba unido a una profunda exigencia de perfección. En las notas al margen iba añadiendo escenas y personajes, buscando colorido y sentido estético, cambiando sin cesar el texto original, escrito con letra más grande.

«Al día siguiente —explicaba— se relee aquello y hay que tacharlo todo porque falta lo fundamental. No hay ninguna imaginación, ningún talento; falta ese algo sin lo que nuestra inteligencia no vale nada... La obra no cuadra más que cuando la imaginación y la inteligencia van unidas. En cuanto una de las dos domina exclusivamente, todo está perdido. No queda más remedio que abandonar lo que ya está hecho y comenzar de nuevo.»

Y hay que valorar que, en el caso de Tolstói, los manuscritos eran bien voluminosos, porque tenía el aliento creativo, la tormentosa pasión emotiva, la precisión minuciosa, la fuerza mental y la ascética capacidad de trabajo que distinguen a los genios. Por eso, sus grandes obras, como Guerra y paz, fueron seguidas de períodos de inactividad —más de dos años hasta que comenzó Ana Karénina— en los que se dedicaba a mil actividades distintas. [...]

Así, en enero de 1872, ocurrió una tragedia en una estación cercana a Iásnaia Poliana: una pobre mujer, enloquecida por los celos, se arrojó al paso del tren. Se llamaba Ana, y las autoridades locales, con la fina sensibilidad que distingue a la burocracia, expusieron su cuerpo en el edificio de la estación; seguramente para ver si alguien la reconocía. Tolstoi vio aquel cadáver («el cuerpo sin ropas y destrozado») y, en la vergüenza compartida, en el dolor y en la piedad de aquel momento dramático, se le ocurrió la historia de una muchacha llamada Ana, cuya vida terminaría de la misma forma. Se entregó apasionadamente a la nueva novela. [...]

Los originales de Ana Karénina parecían el testamento de un loco. Sofía copiaba cada mañana en limpio las correcciones, pero él las tachaba y las corregía de nuevo.