martes, septiembre 10, 2019

Robert Frank



Tenía 19 años cuando robé este libro: "The Americans" del gran fotógrafo Robert Frank (introducción de Jack Kerouac). No me arrepiento, sobre todo cuando las condiciones en las que se encontraba eran terribles, por eso quizá lo más apropiado sea decir que lo «rescaté» de la humedad del piso donde se encontraba, en una universidad privada. Dudo mucho que se hayan enterado. Ni siquiera lo tenían clasificado, estaba en el limbo, lo que lo convertía en una especie de ejemplar indocumentado. Como es lógico, me lo llevé a casa y luego de leerlo de corrido (y de volver obsesivamente a esas imágenes en blanco y negro del lado oscuro del sueño americano en los años 50), le di un espacio digno entre mis estantes, pero cada vez que podía lo compartía con algún amigo.

«When people look at my pictures I want them to feel the way they do when they want to read a line of a poem twice.»

Robert Frank ha muerto, peregrino y forastero, a los 94 años de edad. El libro está muy lejos y yo he recordado esta historia. La confieso porque sé que a él le habría gustado; y porque lo imagino sonriendo.



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Murió el fotógrafo Robert Frank, peregrino de la lente,beatnik y amante de "El Principito"

The UnseenRobert Frank: Outtakes From ‘The Americans’

Pull MyDaisy - 1959 (Sub Ita) [Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Gregory Corso]

RouteOne/USA, 1989 - part 1

My hood knows



photo by Nuno Afonso. Lisboa, 2019

I've been around for a while 

lunes, septiembre 09, 2019

Leon Tolstói




A propósito de los 191 años que hoy cumpliría Tolstói, comparto unos fragmentos del libro de Mauricio Wiesenthal: "El viejo León" (Edhasa, 2010), un retrato literario que aborda su genialidad y su proceso creativo. 


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Las correcciones de Tolstói sobre el manuscrito de Ana Karénina dan buen testimonio de su forma meticulosa de trabajar; porque su proceso de creación iba unido a una profunda exigencia de perfección. En las notas al margen iba añadiendo escenas y personajes, buscando colorido y sentido estético, cambiando sin cesar el texto original, escrito con letra más grande.

«Al día siguiente —explicaba— se relee aquello y hay que tacharlo todo porque falta lo fundamental. No hay ninguna imaginación, ningún talento; falta ese algo sin lo que nuestra inteligencia no vale nada... La obra no cuadra más que cuando la imaginación y la inteligencia van unidas. En cuanto una de las dos domina exclusivamente, todo está perdido. No queda más remedio que abandonar lo que ya está hecho y comenzar de nuevo.»

Y hay que valorar que, en el caso de Tolstói, los manuscritos eran bien voluminosos, porque tenía el aliento creativo, la tormentosa pasión emotiva, la precisión minuciosa, la fuerza mental y la ascética capacidad de trabajo que distinguen a los genios. Por eso, sus grandes obras, como Guerra y paz, fueron seguidas de períodos de inactividad —más de dos años hasta que comenzó Ana Karénina— en los que se dedicaba a mil actividades distintas. [...]

Así, en enero de 1872, ocurrió una tragedia en una estación cercana a Iásnaia Poliana: una pobre mujer, enloquecida por los celos, se arrojó al paso del tren. Se llamaba Ana, y las autoridades locales, con la fina sensibilidad que distingue a la burocracia, expusieron su cuerpo en el edificio de la estación; seguramente para ver si alguien la reconocía. Tolstoi vio aquel cadáver («el cuerpo sin ropas y destrozado») y, en la vergüenza compartida, en el dolor y en la piedad de aquel momento dramático, se le ocurrió la historia de una muchacha llamada Ana, cuya vida terminaría de la misma forma. Se entregó apasionadamente a la nueva novela. [...]

Los originales de Ana Karénina parecían el testamento de un loco. Sofía copiaba cada mañana en limpio las correcciones, pero él las tachaba y las corregía de nuevo.