
Me molestan los hombres débiles. Los que vacían el sentido de las frases para atiborrarlas de lugares comunes. Me aburren los falsos suicidas, aquellos que alardean su premeditada muerte y no hacen otra cosa que postergarla. Me fastidian los presuntuosos, los que necesitan demostrar a toda costa que ‘saben’, esos que adoptan posturas y pronuncian una que otra palabrilla que les de cierto prestigio intelectual. Me molestan las etiquetas en general. Por eso me alejé de la farándula de izquierdas y también de la literaria (sin dejar mi ideología ni mi amor por la literatura). Me hastían los poetas que gastan más tiempo en criticar que en escribir. Me fastidian aquellos que creen a ojos cerrados en los críticos. Siento cierta desconfianza por aquellos grupitos literarios en los que el escritor se vuelve preso del juicio de sus colegas. Me molestan los malos borrachos; los porfiados, los insistentes, los que llaman la atención por sus pataletas y caprichos. Me fastidian los hombres que buscan reafirmar su arte cada tres segundos, preguntando: “soy o no soy buen poeta, soy o no soy buen poeta, soy o no soy buen poeta………… No me imagino al viejo Buk, por ejemplo, en su cerveza Nº 20 preguntándole a su compañero de apuestas ¿Pero dime si soy o no un buen poeta? Primero: porque él sabía que era bueno. Y segundo: porque le valía un reverendo rábano lo que el otro podía creer. Él no validaba su escritura por los comentarios de otros. Tampoco me imagino a William Faulkner en su whisky Nº 15 corriendo a la puerta de Sherwood Anderson y preguntándole insistenetemente: “¿Dime quién es William Faulkner? ¿Soy o nos soy un buen escritor? y que luego de dos minutos le vuelva a preguntar, y después de dos, lo mismo. Se me ocurren estos dos ejemplos para que no piensen que el problema es el licor ¡No por favor!... si lo diré yo. Pero es que se trata de tener cierta química con el alcohol. Se tata de hacerlo compañero, de saber dialogar con él mientras hace su entrada triunfal en nuestra sangre. Me molestan los hombres débiles, los que son menos que cualquier aditamento. También los egoístas, los machistas, los celosos compulsivos, los cínicos. Me revienta que esos hombres que dicen llamarse 'de libre pensamiento', a la hora de que su compañera piensa, quiere o hace algo medio “extraño”, como decir que la fidelidad no es una cualidad per se y que además biológicamente es contraria -aunque pueda darse por elección- (y aunque piensen igual, lo niegan), y entonces la convierten a una en loca, puta, o en ambas. Pueden no decírtelo, pero te lo insinúan. Me molestan los hombres que no son capaces de admitir un rechazo, y claro, como a ellos les fue negada la posibilidad, entonces una se vuelve mujer de doble discurso. Me irritan los hombres que creen que una consiguió algo porque está medio buena, y no los juzgo, abundan las buenas tontas –muchísimo más que las tontas buenas-, pero molesta. Me decepcionan aquellos que no comprenden que hay cosas que necesitan hacerce a solas. Me fastidia que les fastidie que una tenga más amigos que amigas. Me harta que piensen que todos somos imprescindibles. Me molesta que canten a toda voz: Todo tiene su final, del maestro Lavoe, y que al acabar la canción sigan pensando que lo nuestro será eterno.